domingo, junio 29, 2014

Día 18. La alegría no es brasilera

Ayer vimos el primer duelo de octavos de final entre Brasil y Chile. Aquí, a esa instancia, le llaman “mata-mata”. Supongo que será una cosa como nuestro punto y hacha del truco. En ese mata-mata, en ese duelo a muerte, ambos contendientes dispararon un par de tiros y ambos quedaron de pie. Se disputaron la “caprichosa” de Quique Wolf durante 120 minutos. Pocos rasguños para ambas casacas y la sensación que los de rojo merecían un poco más. En el pueblo algunos se habían quedado dormidos. “¿Qué es esto de batirse a duelo y que dure tanto?”, se preguntaba un cantinero. Al final, el juez del partido dijo basta de perder tiempo, puso dos piedras a una distancia considerable la una de la otra, pidió medias, papeles, telas, aguja e hilo a la gente del pueblo y armó una pelota de circunferencia irregular. “Contaremos pasos, como en el duelo con pistolas, pero esta vez dejaremos las armas. Ambos demostraron que no le pueden acertar ni a un elefante. Cada uno pateará cinco veces hasta que se defina la contienda. De ser necesario iremos a tanda de uno por vez. ¿Se entendió?”, preguntó el juez. El de camiseta roja levantó la mano y el juez le explicó de vuelta. Una vez y otra vez, hasta que le dibujó con un palito en la tierra un esquema sencillo de explicación. “¿Y cómo es que se llama esto?”, preguntó el de casaca amarilla como el sol. “No sé, pero le llamaremos ‘penales’”. Y en los penales ganaron los de amarillo. Los de rojo se retiraron del duelo, sin una marca de pólvora en sus ropas, sin un solo rasguño de su rival. Estaban vivos pero se iban muertos y derrotados. Era de por sí una situación contradictoria. “Siempre lo mismo”, dijo el de camisa roja. Armó sus bolsos y se fue.

El brasilero, al igual que Luca Prodan, no sabe lo que quiere pero lo quiere ya. Tienen una selección débil y vulnerable pero no lo pueden aceptar. Son pentacampeones y si fuera por ellos deberían ser vigésimo campeones: o sea ganadores de las 19 ediciones pasadas y de la actual, y si cabe, de las venideras también.

Aquí viven el fútbol de una manera diferente a la nuestra. Desde la mañana temprano, como en cada partido, empiezan a tirar petardos. Se escuchan las detonaciones que vienen desde todos los puntos cardinales. Uno recorre la ciudad y ve a todo el mundo con la camiseta, ve sus rostros, lo que hablan y casi se puede leer lo que piensan. Ellos festejan antes de tiempo, celebran la victoria segura; claro, son los mejores del mundo, por decreto universal. Pero también hay algo contradictorio porque uno tiene la sensación que al final del día al brasilero todo le termina chupando un huevo: el fútbol, Scolari, el trabajo, la AFIP, la familia, la vida, la imposibilidad de decirnos qué se siente. Entonces, esa intensidad es lo más cercano a una novela, el brasilero vive en una eterna novela, llena de heroínas, rufianes, enamoradas, pasión, odio, culos y tetas.
Esa tarde noche, luego del triunfo colombiano, salimos a recorrer las calles. Las veredas era un basural, un tendal de evidencias de festejos desmedidos: latas de cerveza, restos de comida, personas y restos de personas. En el medio de toda esa gente que de a poco comenzaba a desconcentrar, lo vimos al bueno de Gerson. Estaba borracho, en cueros, con la credencial de la FIFA colgando del cuello.
- ¡Gerson! –lo saludamos afectuosamente.
- ¡Eh! ¡Mis amigos argentinos! –gritó y nos abrazó a ambos.
- No somos amigos, somos enemigos, negro traidor –le susurré a Finito en cordobés veloz, pegando todas las palabras para que no se entienda nada.
- ¡Brasiiiiiiiiuuuuuuuullllll! –gritó Gerson.
- Con lo justo ¿eh? –dijo Finito.
- ¡Brasiuuuuuuuuuullllllllllllllllll! ¡Pentacampeoaoaoaoaoaoaoao! –gritaba eufórico.
- Sí, sí, Gerson, ya sabemos. Pero hoy ganaron un poco de pedo ¿no crees? –no había forma de bajarle al tipo este la emoción descontrolada.
- Somos los mejores del mundo –dijo Gerson.
- Sacate el casete Gerson un rato. ¿Cuántas de esas te has bebido? –pregunté señalando la lata que tenía en su mano.
- Eeee, un par, un par. ¡Eu estoy feliz, feliz por Brasiuuuuulllll!

Lo dejamos a Gerson bailando solo en la plaza y nos fuimos a dar un par de vueltas, viendo cómo la alegría era solo brasilera en todas las calles.
Una hora después, quedaba poco de ese jolgorio. Gerson pendulaba en el banco de una plaza. Nos sentamos uno a cada lado como para que no se cayera.

- ¿Estás bien Gerson?
- Un poquinho borracho –dijo haciendo un gesto con la mano.
- ¿Qué manera de sufrir hoy no? –preguntó Finito.
- ¿Sufrir? No, no, no, para nada.
- ¿Y por qué lloraron tanto cuando terminó el partido? –replicó Finito.
- Ah, el futibol, el futibol es amor, odio, tensión, es una gran película –dijo.
- ¿No te parece que es medio ridículo, Gerson? –pregunté.
- ¡Brasil campeón! –gritó.
- Pero Gerson, hoy jugaron mal y ganaron por penales –agregué.
- ¡Pentacampeao! –dijo él.
- ¡Largá el casete Gerson! –se enojó Finito.
- Bra-sillll, la r ara r arar arara , lara lara lararaaaaaaa, la raaaa, la raaa –comenzó a delirar el negro.

Agarramos al mulato, uno de cada lado, y lo llevamos en andas, como herido de guerra. Lo dejamos tirado en la puerta del consulado de la FIFA. Buscamos unos cartones y lo acostamos ahí.

- ¿Vocé se van? –preguntó él.
- Nos vamos Gerson, estás muy borracho –dije en cuclillas.
- No tanto, no tanto –balbuceó.
- Cuidate Gerson, no quiero ni imaginarme cómo vas a quedar el día que pierdan.
- ¿Perder? Nou, nou, nou, imposible. Brasil campeoaoao –dijo él y nos mostró seis dedos.
- Algún día van a perder, Gerson y ahí te quiero ver –le dije, como padre comprensivo- Y vos vas a andar arrastrándote por las calles, llorando como actor de telenovela. ¿Y sabés por qué?
- ¿Por qué? –preguntó con lo último que le quedaba de conciencia.
- Porque ustedes festejan antes de tiempo. Ya les pasó en el 50, ¿se acuerdan?
- ¿Maracanazo? Pffff, eso foi hace mil años.
- Ustedes no aprenden más –le dije y me levanté para irme. A los dos pasos escuchamos la voz de Gerson:
- ¿Nosotros festejamos antes de tiempo? ¿Y ustedes, los argentinos, no lo hacen también?
Finito y yo nos miramos, como pidiéndonos permiso para responder:
- No, Gerson. Nosotros no festejamos, nosotros alentamos: antes, durante y después del tiempo. Esa es la diferencia –dijo Finito.
Nos dimos vuelta y nos fuimos.  De lejos se escuchó la voz de un borracho gritando ¡pentacampeoao! Iniciamos el lento regreso hasta el camping.
Haciendo zetas pensé en que el fútbol para nosotros es como la vida, pero para algunos es como la novela de sus vidas, plagadas de ficción, inventos y repeticiones.
- Finito, ¿te gustan las novelas? –pregunté.
- Na, yo miro fútbol –dijo y pateó una latita vacía.
Y nos fuimos dando pases hasta llegar al camping.


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