Viernes: rumbo a Belo Horizonte.
El viernes nos encontró con una tenue llovizna, desarmando
el campamento y tratando de cargar todos los bultos para llevarlos a lo de
Guada y Lisandro. Dejamos el camping Caballo de Mar y a sus inquilinos: un
montón de hippies que se la dan de no sé qué. En Paraty, todos los argentinos
son cocineros, fotógrafos, expertos en coctelería y amantes de lo mísitico. Me
pregunto que sería de nuestro país si todos los cocineros calificados volvieran
a su patria (?) Leslie y Vale, dos hermanas que planificaron un viaje por
Latinoamérica para vender su arte de Macramé. Decían que querían seguir viaje
porque no les gustaba la cultura de Brasil y porque no estaban pudiendo hacer
dinero como planeaban. Leslie le decía “medicinas naturales” (o aborígenes, no
recuerdo) a las drogas alucinógenas como la ayahuasca o el san pedro. Las cosas
por su nombre, Leslie, al pan pan y al vino Pritty. El único honesto en ese
camping era Nicolás, alias Mar del Plata. El pibe la tenía clara: “a mi me
chupa todo un huevo”. Tiene 20 años, quiere pasarla bien, drogarse y
emborracharse en un paisaje paradisíaco. Para eso carga cajones de cerveza por
un par de mangos y algo de comida en el bolsillo. Chau Caballito de Mar.
Salimos a la ruta cerca del mediodía. Camiseta de Belgrano
para mí, chomba de Instituto para Fino. Vamos a hacer dedo hasta no sé dónde
para tratar de llegar a Belo Horizonte. Faltan 24 horas para el partido. No
tenemos mapa, no entendemos una mierda lo que nos hablan, pero la selección nos
necesita. Los 40 millones nos necesitan. Cargamos una mochilita con un par de
ojotas, dos botellas de fernet, repelente contra mosquitos y un jarrito de
metal. Vamos bien preparados.
Con esa cara no te va a alzar nadie
Pasan los minutos y no pasa nada. Especulamos con un tráfico
de patentes argentinas, con guasos de espíritu aventurero como nosotros que al
ver nuestro pecho patrio nos van a alzar y llevar hasta Belo Horizonte, que van
a parar a comprar coca para tomar unos fernandos. Corren, corren los minutos,
dice La Mona, y la muerte se aproxima.
Siempre se inicia una suerte de competencia por ver quién
consigue hacer dedo y ser alzado. Mientras Finito llenaba el ProDe, yo levanté
mi pulgar con la misma convicción con la que Marcos Rojo tiró esa rabona hacia
adentro del área, como mandan las fotocopias de los manuales, para despejar
contra Bosnia. Y ahí vino, después de casi una hora, nuestro primer golpe de
suerte. En una camionetita de esas bien chiquititas, tipo heladerita con
ruedas, venía el bueno de Serginho. Un gordo bien piola. “¡Vamos para Angra dos
Reis, o para Río de Janeiro para tratar de ir a Belo Horizonte!”, le dijimos.
Él balbuceó algo en portugués. No entendimos nada, pero nos subimos.
Adelante, en una de éstas viajamos un trecho del viaje
Apretadísimos, incómodos pero contentos como perro con dos
colas, así estábamos. No podíamos parar de sonreír. Estábamos iniciando un
recorrido del que no había vuelta atrás. “Serginho, Flores”, vende flores,
claro. Es de San Pablo y vende en toda esa área costera. O por lo menos eso le
entendimos. En ese momento estaban jugando Italia contra Costa Rica y le
pregunté si podíamos escuchar el partido. La radio era una de esas viejas, con
el dial manual, de las que da la sensación de que nunca se puede agarrar nada
salvo Cadena 3. A todo volumen fue buscando algo parecido a un relato pero no
había caso, estábamos en el medio de las montañas, con selva a los costados,
atravesando un camino sinuoso hermoso. Fuimos escuchando durante media hora una
fritura fuertísima. Ni nosotros, por respeto o por vergüenza, le pedimos bajar
el volumen, y ni él, por respeto o por vergüenza, lo bajó. Cada tanto agarraba
y escuchábamos algún pedazo de canción. Ahí, sentados tres donde apenas cabían
dos, con la pierna izquierda completamente dormida y un ruido ensordecedor
saliendo de los parlantes, me sentí feliz.
Piolaso el Gordo Casero
Serginho nos dijo “acá llego yo”. Le agradecimos y nos
bajamos en algún pueblo de impronunciable nombre. Cuando me bajé casi me caigo
porque no sentía la pierna. Como dos soldados en guerra, apoyé el peso de mi
cuerpo en el hombro de mi amigo. Caminamos diez metros, me di vuelta y alcé el
pulgar al aire. Y ahí, cuando no había pasado ni un minuto, frenó un autaso,
nuevito, facheraso. “Vamooooo”, grité yo y corrimos como pudimos hacia nuestro
nuevo golpe de suerte. Se abrieron las puertas y apareció Fernanda. Una
brasilera hermosa que con una sonrisa nos dijo “suban”.
Lo que pasó en las siguientes 4 horas es difícil de contar.
Son las limitaciones de mis palabras y del lenguaje en sí, para dar cuenta de
sensaciones imposibles de traducir con su justa medida.
Fernanda es médica y bailarina. ¿De qué tipo?, pregunta
Finito. Contemporánea. Vaya uno a saber qué es eso. No se puede creer lo piola
que es esta mujer. ¿Por qué alzó de la ruta a estos dos crotos con camiseta de
Belgrano e Instituto, con pantalones cortos y zapatillas con medias? Sí,
zapatillas con medias. Nos habla todo el tiempo y va venciendo nuestra
vergüenza de no saber qué decir o cómo decirlo. Por primera vez sentimos que
podemos comunicarnos con alguien fluidamente, sin sentirnos unos idiotas por
hablar con señas. Ella nos entiende y se hace entender. Nos pregunta qué
hacemos, en qué trabajamos, qué nos gusta, de dónde somos. Yo voy sentado
adelante y rápidamente comienzo a venderle a ella un Finito hermoso e
inigualable. Él es así, sólo que nunca le gustó ese juego de la oferta y la
demanda. Le cuento que es poeta, que hace serigrafía, que tiene una
cooperativa. Oh, me encanta la serigrafía, dice ella. Me encanta la poesía,
dice luego. ¿No me decís alguna?, pregunta. Luego de una rápida y refleja
negativa, Finito le recita:
El agradecido soy yo
porque di porque tuve
porque puedo ser de nuevo
Memorizo con una importancia nacional
y escribo en serio de cosas escapadas
traigo conmigo
y a la luz de los hechos
quisiera reecontrarlas
A ver si se entiende
soy un coso que anota
e ignoro de donde estaremos regresados
cuando saquemos cuentas desnudamente
y pongamos en común ciertos estilos
de amar
mudar
dar quebrante.
porque di porque tuve
porque puedo ser de nuevo
Memorizo con una importancia nacional
y escribo en serio de cosas escapadas
traigo conmigo
y a la luz de los hechos
quisiera reecontrarlas
A ver si se entiende
soy un coso que anota
e ignoro de donde estaremos regresados
cuando saquemos cuentas desnudamente
y pongamos en común ciertos estilos
de amar
mudar
dar quebrante.
Aplausos. Hermoso. Finito le recitó un poema y le hubiera
recitado el prólogo de la Constitución Nacional si ella se lo pedía. Íbamos con
rumbo a no sé dónde, con destino a Belo Horizonte.
A bordo de ese auto tuvimos la sensación compartida desde el
sentir y sin decirlo, de que estábamos haciendo un viaje adentro de un viaje.
Ella era de oriunda de Belo Horizonte y nos dijo que iba para un lugar que nos
convenía para llegar a nuestro destino. Le dijimos que sí a todo, como
apostadores sin retorno. El camino es hermoso, dijo, y hacia allá fuimos.
Empezamos a subir, aun más. El paisaje comenzó a venírsenos encima,
la postal nos inundaba los ojos. No podíamos creer que estuviéramos ahí, en ese
auto, con una persona así, viviendo lo que estábamos viviendo. Cada tanto nos
acordábamos de que mañana jugaba Argentina.
Selva, árboles, montañas, animales, túneles, mil tonalidades
de verde, los ojos se nos embellecían, la cabeza entraba en una hermosa calma.
Íbamos como en una cápsula y adentro sonaba Bob Dylan. De repente ella sugirió
hacer una parada técnica y ya no podíamos entender cómo podía ser que todo
fuera tan perfecto. Anduvimos un rato y frenamos al costado de la ruta. Ella
dijo que acá no, que mejor por acá. De repente nos estábamos metiendo en un
camino de tierra, desolado. En ese momento sentí que si ella nos decía “bueno,
muchachos, yo ahora les voy a meter un tiro en la espalda y luego robar sus
pertenencias”, nosotros le hubiéramos dicho “apuntanos acá, así no salta tanta
sangre”. Estábamos completamente entregados a un momento, a una persona.
Nos sentamos los tres en un puente de una via de tren
abandonada. Estábamos a mil metros de altura sobre el nivel de nuestras
expectativas.
Fernanda, el Finito y un paisaje maomeno
Volvimos a la ruta, anduvimos por lugares que a nuestros
ojos les costaba traducir lo que veían. La música de The Doors nos envolvió
nuevamente durante una hora. Tanto fue así que en una curva cerrada y en
subida, tuvo que clavar los frenos luego de un mal cálculo de la situación.
Llamado de atención, aliento para que no se sintiera mal y seguir.
Luego, en algún momento, después de dos horas metidos en esa
cápsula, entramos a una ciudad, así, de la nada. Nos llevó a la Rodoviaria
(terminal de ómnibus), hizo de intérprete. No había pasajes a Belo Horizonte,
nos sacó dos para Juiz do Afora. “Ahí van a conseguir después para Belo
Horizonte”. Sí a todo. Después nos dijo que fuéramos a comer algo. Cierto,
comer. Eran las 5 de la tarde y no le habíamos metido ningún argumento a
nuestros estómagos desde la mañana. ¿Quieren un café? Sí. ¿Quieren algo para
comer? Sí. No sé cómo pero terminamos comiendo Cachorro Quenchi, una especie de
pancho riquísimo, con café con leche. Nada que ver. Le seguíamos diciendo que
sí a todo, sin entender una mierda las consecuencias de nuestras afirmaciones. El
colmo fue que se ofreció a pagar. Fino tuvo que imponerse para no permitir
semejante cosa.
Finalmente nos dijo que nos iba a conseguir lugar en lo de
unos amigos para hacer noche en Belo Horizonte. Ya era demasiado. En la
terminal nos despedimos, un abrazo, suerte, nos vemos. La vimos irse, nos
miramos y recién ahí pudimos empezar a entender y a charlar todo lo que había
pasado. Era viernes. Es lunes, y todavía no entendemos.
3 comentarios:
que leeeendoooos!
que grandes las fernandas de las rutas!
que grandes las fernandas de las rutas!
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