viernes, febrero 22, 2008

Aguanten un cacho

Sí..., soy un boludazo. Lo que pasa es que me vine para el ciber dispuesto a postear algo nuevo (novedoso, gracioso, y ..., y... -algo más con "oso"-) Pero me olvidé el c.d (ejem!... mi mamá me ha comprado mi primer c.d (ci-di) regrabable, qué tal eh?! YO LE DIGO BASTA A ESOS MALDITOS DISQUETES. Tanto tiempo los banqué y tantas desilusiones causaron) ¿Por dónde iba? .... Bueno la cosa es que probablemente mañana pueda postear algo nuevo (me hago el popular, vieron?, como si la gente no pudiese vivir sin entrar a este humilde blog) En fin...
Por último les digo a todos que este sábado 23, a las 17:10 se reeditará este viejo y desparejo clásico entre BELGRANO e Instituto. Unos luchan por el ascenso y los otros, bueno, por seguir ahí. Que gane el mejor o el que meta más hinchas en la cancha. Ah, cierto..., bueno. Que gane Belgrano así estoy mejor de humor,............de lo contrario estaré más insoportable que de costumbre.

Ya se viene el posteo. Les adelanto el tema: 14 de febrero.

Abrazo de gol:

lunes, febrero 04, 2008

Chantada

Evidentemente se está acabando el chorro y ya se me hace practicamente imposible seguir robando con las cosas viejas, con lo que he escrito a lo largo de los años. Mi producción actual es reducida e inconclusa entonces se complica postear algo periodicamente. Lo que voy a hacer da título al post. Unas preguntitas boludas... como para que el que entre (sé quién son, los conozco a todos) tenga algo que leer e incluso, en una de esas, algo para pensar.

1) ¿Quién va a ser el campeón en 1ra?
2) ¿Quién va a ascender segundo detrás del poderoso Belgrano?
3) ¿Por qué no sale el hipopótamo en los palitos de la selva?
4) ¿Quiénes se acuerdan las sumas, restas, etc, de fracciones? (posta, no mientan)
5) Nombrar por lo menos 2 jugadores que hayan jugado en Boca, River, Indep'te.
6) Nombrar por lo menos 2 jugadores que hayan judado en Belg, Taller, Iaac.

Listo, tienen para hacer pan dulce. Y como somos todos cordobeses...

domingo, enero 27, 2008

Pedacitos no más...

Un fragmento de algo que estoy escribiendo. No hay mucho para opinar, sí para compartir.


Marcos saboreaba, quizá, el último pucho de su vida. Las indicaciones del doctor habían sonado más a amenaza que a consejo. Quería seguir viviendo, por lo menos unos años más, por sus hijos, su mujer. Fumó hasta las últimas consecuencias, hasta el último gramo de tabaco. Apagó la colilla contra la pared y la tiró con un tincazo al basurero. Ahora empezaba lo jodido.


Las primeras horas de ese martes transcurrieron en tranquilidad. La nicotina todavía no ejercía su efecto adictivo sobre la mente y el cuerpo de Marcos. Trabajó seis horas, almorzó, bebió dos tazas de café, deambuló por las mismas calles y luego tomó el 54 para volver a casa. No hubo cigarrillo después de comer, ni durante el café, ni en las plazas, ni en la espera eterna del colectivo. Al llegar a su casa notó algo extraño...

jueves, enero 24, 2008

Volver (con la frente...)

Bueno... 2008. Creo que en los años pares nos va mejor..., o tal vez es una inyección de falso optimismo.
A ver....top 3 de años impares de mierda:
1-1955 (obvio)
2-2001 (mucho bardo)
3-2007 (personalmente una garcha)
................
Acabo de darme cuenta que los años pares tienen muchos hechos desagradables: los mundiales se juegan en años pares (últimamente ya sabemos cómo nos va); los golpes de estado fueron (generalmente) en años pares (1930, 1962, 1966, 1976) Malvinas: 1982. Los descensos de Belgrano (1996, 2002, 2006)
Bueno, espero que todo vaya mejor...
Ya postearé algo que valga la pena leer.

martes, enero 01, 2008

Me voy de la ciudad. Acá van las últimas 3

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Los dos equipos se pararon en la cancha. Les tenía mucha fe a mis dirigidos. Pero igual estaba muy nervioso. Éste no era un partido cualquiera. Me enfrentaba a Arsenal. A la causa de mis mayores pesares. Al antifútbol. A Burruchaga, a Grondona, a la historia misma del fútbol mundial. Sabía bien que aquellos eran simples estudiantes de secundario y que los pibes de mi equipo eran simples trabajadores tratando de ganarse la vida. De todos modos, uno de esos equipos, tenía esa horrenda camiseta. Y era mi deber, como guardián del romanticismo en el fútbol, derrotar a esos colores.
El árbitro-juez pegó un silbido y arrancó el juego. Los primeros instantes se dieron como yo lo predije. Nosotros atacando y teniendo posesión del balón y de la cancha, y Arsenal metido en el arco, colgado del travesaño (porque a esa altura, ya habían dejado de ser “los de camisa blanca” o “los del Monse”. Ahora eran Arsenal) Conseguimos el uno a cero rápidamente, luego de que el de la cubana rematara violentamente al arco, y bajara de un solo saque a dos que se habían colgado del travesaño. El rebote le quedó al de alpargatas y la mandó adentro. Yo me comía las uñas que no tenía y, de tanto en tanto, lo miraba a Burruchaga para ver los gestos. Y el tipo nada. Tranquilo como un rey. Como si fuera un técnico campeón del mundo. Como si hubiera ganado la Copa Intercontinental hacía dos años. Pensar en todo eso me dio tanta bronca, que me mordí los labios muy fuerte y me empezaron a sangrar.
La cosa se puso peor cuando nos empataron. Y ahí nomás nos metieron otro. Ambos de pelota parada. Yo estaba al lado de la línea y los arengaba constantemente. Me di vuelta y le pregunté a los que estaban atrás mío si alguno tenía hora, pero nadie me respondió. Pies descalzos metió el dos a dos de cabeza y el tres a dos lo convirtió con un certero remate con su rodilla izquierda.
El sol empezó a esconderse. El partido iba seis a seis y no nos daba respiro. El árbitro-juez silbó y dijo que era momento del entretiempo. El gordo sudaba bulucas y parecía que se iba a desmayar. Sacó el celular y le ordenó a su secretaria que le trajera una gaseosa y otro choripan.
De la Sota y Juez, entre tanto, no paraban de hacer campaña. Ambos querían asegurarse de quedar bien con el que ganara el partido. El Gobernador se acercó a los de Arsenal y les prometió que iba a mover cielo y tierra para rebajar las tarifas de los celulares y que iba a contratar más policías para erradicar la inseguridad en Córdoba. También habló de arancelar la Universidad y de privatizar EPEC y agregó que iba a hacer lo posible por legalizar las prácticas sectarias del G.A.R.C.A. (Grupo Aristocrático Racista Cristiano Argentino). Juez se acercó hacia donde estábamos nosotros y nos dijo que les rompiéramos el orto a estos chetos culeados y que iba a lograr la autorización para realizar bailes de cuarteto los días miércoles y jueves. Luego se acercó De la Sota y prometió más planes trabajar y más viviendas. Juez, en tanto, fue a hablar con los de Arsenal y les dijo que los del otro equipo eran todos bolivianos e hinchas de Belgrano. Prometió, a cambio de votos, colectivos con aire acondicionado y la segunda bandeja en el Chateau Carreras.
El Presidente Kirchner tampoco se perdió la oportunidad de hacer cartel. Desde una pantalla gigante colocada detrás de uno de los arcos, felicitó a los dos equipos. Habló de las verdades del Justicialismo, de la patria, de que Perón estaría orgulloso y de que si Evita viviera sería como Cristina. Dijo que el Fondo Monetario Internacional no lo intimidaba y que necesitaba el apoyo de todos los argentinos y argentinas para derrotar al imperialismo que no se qué y que no le iban a ganar y otras cosas más. La gente le dejó de prestar atención a la pantalla y se metió de vuelta en el partido. El gordo, ahora más descansado, volvió a silbar y la pelota se puso en movimiento. Los cagábamos a pelotazos pero no podíamos romper la barrera de seis hombres que Burruchaga había parado en la línea del arco. Kirchner seguía hablando pero nadie le daba pelota y alguien agarró el control remoto y le bajó el volumen a la pantalla. Mejor así.
El partido estaba nueve a ocho a favor nuestro. El sol ya casi no iluminaba y se instalaron dos torres de iluminación para continuar el partido. Esto era más que un partido. Yo caminaba nervioso y me fumaba el penúltimo pucho de la etiqueta que me había comprado el pocho, hace no se cuantas horas atrás. Parecía que lo ganábamos, pero alguno de los fallos del árbitro no me dejaban tranquilos. El gordo venía bien, pero sospeché algo raro cuando el cuatro de Arsenal le pegó una patada voladora a uno de mis jugadores y el obeso solo se limitó a decir “siga, siga.” Después nos cobró un penal en contra cuando le pegaron un pelotazo en la cabeza al del tatuaje de La mona. El pibe se desmayó y cuando estaba cayendo al piso, la pelota le rozó la mano. El gordo silbó fuerte y decretó la pena máxima. Yo salí corriendo a increparlo y la policía se metió a la cancha para proteger al árbitro-juez. Los familiares también invadieron y por unos instantes todo fue un caos. Los canas aprovecharon para llevarse presos a muchos de nuestra hinchada. A mi me pegaron un palo en la cabeza y me mandaron de vuelta a mi lugar. Pocho (que era mi ayudante de campo) me dio una botella de agua y me consoló diciendo que las injusticias se repetían a toda escala. Como era de esperarse, el penal fue ejecutado brillantemente. A lo Burruchaga. A lo Arsenal de Sarandí. El partido estaba nueve a nueve.
Pusimos la pelota en el medio y volvimos a intentarlo. Dos tiros en los palos nos ahogaron el grito de victoria. Ellos también tuvieron las suyas con dos tiros libres que inventó el gordo y que pasaron muy cerca. Ya se estaba haciendo de noche y la gente empezó a perder interés en el partido. Los pibes seguían jugando, pero la pelota no quería entrar. La gente de T y C se acercó a hablar con el juez. Estuvieron algunos segundos o minutos, no lo sé, deliberando. El gordo dijo que, ante la falta del décimo gol, el equipo que pegue dos tiros en los palos, sería el ganador. Los del canal porteño perdían rating y eso les preocupaba.
El juego siguió pero ya casi no había llegadas a los arcos. Las piernas no daban más. Encima se me habían agotado los cambios. La luna se hizo presente. Los que ya se habían ido eran el Gobernador de la Sota y el Intendente Luis Juez. Yo no los vi, pero algunos dicen que se fueron los dos juntos y que entraron a un bar a tomar Fernet con Coca. La presión de T y C era enrome y esto obligó al gordo a determinar que el partido se resolvería con tiros desde el punto del penal. Eso fue un alivio porque mi equipo estaba demasiado cansado.
Se acercaron todos con caras transpiradas y con piernas lastimadas. Yo pregunté quiénes se tenían confianza para patear y fui anotando en un papel a todos los que levantaban las manos.

10

Kirchner seguía hablando. En la plaza quedaban algo así como cien personas. Una docena de policías se juntaron alrededor del carrito de choripanes y aumentaron su gordura. De los canales de aire, sólo quedaban los de Canal 10 que todavía estaban esperando que les trajeran un casete virgen y una batería nueva. Los del “canal número uno de deportes en la Argentina” se resistían a irse. Querían aprovechar al máximo las horas de transmisión en vivo.
Empezamos tirando nosotros. El de alpargatas le pegó fuerte y la clavó al ángulo. El siete de ellos, toque y a la red. El de cubana, puntín al medio y gol. El diez de arsenal, amague para un lado, arquero para el otro y dos a dos. Así se sucedieron. Pateamos no se cuántos penales y ninguno de los dos equipos podía sacar ventaja. Metía el gol uno y el otro también. Atajaba nuestro arquero uno y después pies descalzos la mandaba a la mierda. Pateamos y pateamos.
Burruchaga alegó que su contrato terminaba cuando saliera la luna y se las tomó. Yo le grité que era un cagón y sentí que había ganado una pequeña disputa personal. El gordo también se fue y nos dejó librado a la suerte. Cómo no podíamos definir el partido, empezamos a patear los que estábamos afuera. Los padres, los vecinos, pocho, yo, todos. Así y todo, no había caso. Parecía como si el destino quisiera un empate.
Las nubes cubrían el cielo de la ciudad de Córdoba. Se habían llevado la pantalla gigante, pero algunos aseguran de que Kirchner seguía hablando. Las torres de iluminación se apagaron y sólo la luna alumbraba la cancha. Cuando me di cuenta, me encontré pateándole un penal a pocho. A media carrera me frené y miré para los costados. “Che, pero acá no queda nadie”, le dije. Pocho se encogió de hombros y me preguntó si iba a patear o qué. Volví a tomar carrera y se la puse abajo, en la ratonera, donde los arqueros nunca pueden llegar. “En mi barrio jugaba de cinco”, le conté. El me dijo que no jugaba mucho al fútbol por un problema de asma, pero que nunca se perdía de ir a ver un partido en al villa. Nos quedamos charlando un largo rato.
En la plaza no quedaba un alma y la ciudad parecía que había vuelto a su ritmo normal. Pocho se despidió y me dijo que nos veríamos pronto. Que Córdoba es un pueblo grande, que uno siempre se vuelve a cruzar por las calles de la docta. Lo saludé y le di mi último cigarrillo. Se lo puso en la oreja y se fue caminando, lentamente, hasta que lo perdí de vista en la noche cerrada.
Me sentí solo y no entendía muy bien todo lo que había ocurrido. Necesitaba descansar y pensar en todo esto. Divisé un banco de la plaza. Me desabroché la camisa y quedé en cuero. Me saqué los zapatos, las medias y me arremangué los pantalones. Cerré los ojos y creo que me dormí.

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El sol me despertó. Abrí los ojos y vi a unos pibes que estaban organizando un partido de fútbol en la plaza. Miré la hora: dos de la tarde. Me levanté y prendí un pucho. “Esto yo ya lo vi”, dije en voz baja. Y me fui caminando a casa, con la tranquilidad de haber tenido un día normal.

domingo, diciembre 30, 2007

Séptima y Octava parte

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Los dos equipos pidieron un descanso de quince minutos y el Juez (que ahora hacía las veces del árbitro) se los concedió. En esa especie de entretiempo, algunos de los padres de los jugadores del Monserrat, llegaron con cajas que traían indumentaria completa. Botines, medias grises, pantalones grises y…y ahí me enojé. Toda la furia que tenía guardada en mi cuerpo, volvió como un huracán. Empecé a transpirar y mis ojos se pusieron rojos. Los padres de los pendejos de mierda, todos chochos, repartiendo camisetas azules con una banda roja: la camiseta de Arsenal de Sarandí. Encima, de una limusina, se bajó Jorge Burruchaga. Cuando los periodistas se acercaron con los micrófonos, éste se sacó los lentes oscuros y respondió: “me ofrecieron un contrato para dirigir estos diez goles que nos quedan. Tenemos un buen equipo así que creo que todo va a salir bien.” Yo corrí y lo increpé. Le dije que era un hijo de puta. Que él era mi ídolo en los mundiales de Méjico y de Italia, pero que era un pichón de Grondona. Burruchaga no me respondió y la seguridad personal del ahora técnico de los del Monse me sacó a patadas. Yo volví a mi lugar con más bronca aún. Me acerqué a los descamisados y les pregunté si tenían técnico. Me dijeron que no y me preguntaron quién carajo era yo. Les dije que yo me ofrecía a dirigirlos. Que conocía muy bien el juego de Burruchaga. Que confiaran en mí. Que esto era más que un partido de fútbol. Y otras tantas cosas más. Los pibes me miraron con desconfianza y uno de ellos agregó que habían venido muchos como yo, con los mismos versos de siempre. En medio de la charla apareció el pocho y les dijo que yo era confiable, que sabía muchísimo de fútbol y que les iba a comprar un choripan a cada uno si ganábamos el partido. Yo lo miré de reojo, desde mi metro ochenta, al petiso. El subió la mirada y me guiñó su ojo cómplice. Al final, después de debatir, los pibes aceptaron que los dirija tácticamente.
Les pregunté si tenían remeras, para no confundirse. Se miraron y se empezaron a cagar de risa. No se cómo, pero los partidos de izquierda se enteraron y empezaron a caer con camisetas de los partidos y agrupaciones. Los pibes ya estaban acostumbrados al chamuyo y no les dieron pelota. Liliana Olivero se acercó a hablar de la heroica lucha de los más necesitados y yo la mandé a la mierda y le tiré con un balde de uno de los chicos. Al final, decidieron usar los chalecos de los naranjitas, que se estaban haciendo la guita por tantos autos estacionados. Entre todos eligieron el nombre del equipo. Se barajaron muchos: “los guardianes de la mona”, “herederos del Luifa”, “cachi gol”, “la gloria”, etc. Pero todos tenían connotaciones con los equipos de Córdoba, entonces siempre había alguno disconforme. Yo sugerí el nombre de “Revolución Teresín”. Todos se dieron vuelta y me dijeron de que, a pesar de que era el técnico, eso no me autorizaba a hablar pelotudeces. “Además, ¿qué carajo significa revolución teresín?”, preguntó uno. Yo tampoco sabía, pero el nombre saltó a mi cabeza y lo dije sin pensarlo. Creo que lo traje desde lo más profundo de mi inconsciente. Al final, eligieron el nombre de: “Los limpia-vidrios”, ya que la mayoría laburaba de eso.
De reojo lo veía al técnico de los del Monse. Daba indicaciones moviendo las manos, señalando un pizarrón que no sé de dónde lo sacó. Yo agarré un palito y dibujé un cuadrado con dos arcos y dos áreas en la tierra para tratar de preparar alguna jugada. Preparé la alineación titular. Al arco, el de remera de Talleres. Y el resto, por toda la cancha. “Esto es fútbol total”, les dije. El Pies descalzos, el de remera roja, el de la cubana y el de alpargatas, eran la alineación inicial. En tanto que Burruchaga paró un arquero y el resto, todos defensores. Todos con la camiseta de Arsenal, con la propaganda que decía “Grondona, por otros 10 años más.”
7
A esta altura la ciudad estaba paralizada. Los medios transmitían en vivo y en directo el partido y la gente se acercaba masivamente a una plaza que ya no tenía espacios libres. La policía cortó el tránsito a tres cuadras a la redonda. La noticia de este extraño suceso superó las fronteras cordobesas y llegó a los oídos de todo el país. La gente de T y C fletó un equipo de transmisión en vivo para recordarles a todos de que si querían ver algún partido de fútbol por la tele, por más chico que sea, tenían que pagar. Los canales de aire se quejaron y aprovecharon la cercanía de Tribunales para presentar una demanda y un recurso para que los dejaran transmitir en vivo. Uno de los jueces se levantó de su siesta y ordenó de que todos podían transmitir el partido, pero que la repetición de jugadas y el telebeam estaban a cargo de T y C. Con esa parcial decisión dejó a todos felices y contentos; mucho más a los del canal porteño.
Otros dos que se levantaron de su siesta diaria fueron el Gobernador de la Provincia, José Manuel de la Sota y el Intendente de la Ciudad, Luis Juez. El gallego llegó a la plaza de la intendencia en helicóptero, con la custodia de quince guardaespaldas y un asistente personal que le apoyaba la mano en el quincho para que no se volara. Luis Juez llegó, también, casi en el mismo instante. Se bajó de un taxi puteando, diciendo que eran todos unos culeados, que nadie le avisaba nunca nada, que por ser honesto siempre lo cagan. Los guardaespaldas de De la Sota corrieron a algunas personas y desplegaron unas reposeras para que el Gobernador pudiera ver el partido cómodo. Juez, en cambio, se sentó en el piso y le dio diez pesos a un pibe para que comprara un vino y una Pritty Limón. “Sangrión, papá”, gritó el Intendente.
A los pibes parecía no importarles nada de lo que estaba sucediendo afuera de la cancha. Seguían jugando y metiendo goles. A esta altura ya se podían distinguir dos hinchadas. Los de camisa blanca contaban con el apoyo de todo el Colegio Nacional del Monserrat. Estaban, también, algunos integrantes de la U.C.R., muchos promotores y promotoras de productos de última moda y la comunidad de tomadores de cervezas en los portales de los edificios de Nueva Córdoba (la C.T.C.P.E.N.C., en la jerga, conocidos como los “se te pencan”). Los descamisados eran alentados por el sindicato de limpiadores de vidrios, por algunos representantes oportunistas de los partidos de izquierda, por algunos estudiantes universitarios (muy pocos), por alumnos del Colegio Carbó, que nunca perdían la oportunidad de rivalizar con los del Monse, por los vendedores de La Luciérnaga, y por los familiares de los jugadores. De Villa Richardson había varios. De la Villa los cuarenta guasos, había veinte, aproximadamente, porque los otros estaban laburando. Yo no podía decidirme por ninguno de los dos equipos. Me caían bien los descamisados, pero los de camisa blanca practicaban un fútbol más colectivo, compacto, como me gusta a mí.
Las personalidades seguían llegando al lugar y los pibes seguían disputando el partido como si nada. De vez en cuando se quejaban porque la pelota se iba lejos y nadie la buscaba. Yo no podía creer todo esto. Parecía que hacía horas que estaba allí, pero el sol seguía igual de radiante que cuando me senté a descansar en aquel banco, que ya no distinguía por la cantidad de gente que había. El de alpargatas hizo una jugada sensacional que incluía algunas piruetas como saltos mortales y tumbas carneras. Fue un golazo y los descamisados se abrazaban porque decían que, con ese gol, iban ganando 112 a 111. Los del Monse se quejaron y alegaron de que iban empatados. Se armó un barullo tremendo. La cosa se estaba poniendo áspera porque ninguno de los dos equipos aflojaba. De repente apareció otro Juez, con un choripan en la mano, limpiándose el enchastre de mayonesa de con una hoja de la Constitución. Éste determinó de que el partido estaba empatado (que extraña decisión, pensé) y que se jugaría hasta que uno de los dos equipos marcara diez goles más. El fallo fue protestado, pero los descamisados tampoco estaban muy seguros de cuánto iban.

domingo, diciembre 23, 2007

Quinta y Sexta parte

6

Los carritos de choripanes estaban todos en fila sobre la calle Duarte Quiroz. El humo era persistente y tentador. No recordaba la última vez que había comido. Se que había almorzado, pero no tenía ni idea la hora que era. Me fijé si tenía plata y encontré un billete de cinco pesos. Le pregunté a Pocho si tenía hambre y el me contestó que siempre tenía hambre. Le ofrecí un choripan a cambio de que los fuera a comprar mientras yo cuidaba los lugares. Se levantó corriendo y le di dos pesos más para comprar una etiqueta de puchos de los más baratos.
Los dos equipos se juntaron en el medio de la cancha y pidieron a todos que nos corriéramos dos metros más porque así no se podía jugar. No se cuánta gente había, pero éramos muchos. La policía no tardó en llegar. Cuatro móviles de la CAP estacionaron en el medio de la calle. Se bajaron 16 policías con escopetas, escudos y palos. El más gordo de todos preguntó quién estaba a cargo de la manifestación, cuáles eran las peticiones y qué calle íbamos a cortar para desviar el tránsito. Nadie hablaba. Volvió a preguntar, esta vez a los gritos. Entre todos le intentamos explicar que los pibes estaban jugando un inocente partido de fútbol y que espontáneamente nos habíamos acercado a ver. El cana no entendía nada y se estaba poniendo nervioso. No le gustaba para nada que hubiera tanta gente reunida en un mismo lugar. Nos ordenó a todos que circuláramos. Entonces nos levantamos y empezamos a dar vueltas (todos, jugadores incluidos) alrededor de la cancha. Habló por teléfono a su superior (sería un comisario o algo así) y le preguntó si podía decretar un estado de sitio ante la caótica e inmanejable situación que se estaba llevando a cabo en el mismísimo centro de la ciudad. Se ve que el comisario dijo que no, porque el gordo se alteró y le recordó que si había otro cordobazo él iba a ser el responsable. Al final, dejó que el partido continuara, pero llamó a otra docena de móviles de la CAP, con sus cuatro integrantes clásicos en cada uno, para hacer un cordón perimetral por toda la extensión de la plaza. “Para prevenir nomás, no se preocupen, ustedes sigan jugando”, dijo el gordo. Todos los espectadores nos volvimos a ubicar en nuestros lugares.
Con el movimiento de policías y con la gran cantidad de gente que se seguía acercando a la plaza, ahora sitiada, los medios de prensa no tardaron en llegar. Canal doce y canal ocho llegaron con sus camionetas e instalaron varias cámaras en la plaza. Canal diez también llegó al lugar, pero se dieron cuenta que no tenían ni baterías ni casetes. La Voz del Interior arribó con su tropa de especializados periodistas deportivos y con su comando de censura de la información. En tanto que Cadena Tres instaló un equipo de transmisión en vivo para todo el país para desinformar sobre los hechos que se estaban llevando a cabo en la Plaza de la Intendencia. Mario Pereyra instó a terminar con todo este bochinche tirando balas de gomas y gases lacrimógenos y que para frenar toda esta desobediencia había que cortarles la cabeza como a las víboras. Más tarde le informaron de que sus comentarios le habían hecho perder tres sponsors y entonces se corrigió diciendo que era una broma, que la juventud de la clase media tiene derecho a divertirse. Agregó también que para terminar con la inseguridad habría que poner mano dura. Así como lo hicieron Canal Doce, Canal Ocho, La Voz y Cadena Tres, muchos otros periodistas de otros medios de Córdoba, intentaron llegar al lugar, pero se encontraron con un cerco de “seguridad” que les impidió el paso. Les exigían acreditaciones de prensa. Permisos especiales y un billetito en el bolsillo del señor policía.

Quinta

5

Uhhhh, se escuchó. Fue un grito unánime, de ambas hinchadas. Uno de los mejor vestidos mandó la pelota al diablo y le pegó a una vieja que pasaba caminando por ahí. Fui corriendo a ayudarla. La vieja los puteaba a todos, pero se las agarró con los que no tenían remera. Yo le traté de explicar que no había sido adrede. Que son chicos. Que se están divirtiendo. Y la vieja dale que dale. Que pendejos de mierda, que por qué no van a laburar, que voy a llamar a la policía. Yo la miré y la invité a irse a la puta madre que la parió. Superado el incidente, volví a mi lugar.
Me costó ubicarme porque cada vez había más gente. No se cómo se habían enterado, ni por qué seguían viniendo. La cuestión es que la plaza se seguía poblando de personas. Adentro de la cancha era un espectáculo. El pies descalzos seguía haciendo lujos. Trasladó la pelota con el hombro por cinco minutos mientras las patadas volaban para sacársela. Uno de los del Monse le tiró tres caños en una misma jugada al otro que estaba en cuero y que tenía un tatuaje muy bien hecho de La Mona.
El partido se puso vibrante. Las emociones en cada arco no daban respiro. Una llegada era devuelta con otra. Un gol en un arco se sufría en el otro. Si alguien hacía una hermosa chilena, otro respondía con una chilena aún mejor. Casi ninguno de los jugadores daba pases normales. En un momento los descamisados se pusieron a hacer rabonas. No se por cuánto tiempo, pero yo me debo haber fumado tres puchos. Los mejor vestidos no se intimidaron y empezaron a jugar por los aires. Cabecita va, cabecita viene. Uno, dos, tres, quince toques de cabeza entre todos los jugadores para terminar marcando un hermoso gol…de cabeza. Lamenté que no estuviera Juan. Hubiera sido la mejor oportunidad para demostrarle que el fútbol todavía me apasionaba, pero que ir a la cancha ya no era lo mismo.
No sabía el tiempo que llevaban jugando. Tampoco sabía el marcador. Me di vuelta y lo vi al pibe durmiendo; recostado panchamente. Decidí no despertarlo. Pero se levantó asustado cuando todos gritaron un nuevo gol de los descamisados. Aproveché para preguntarle cuanto iban pero me dijo que se había perdido, que la última vez iban ganando los del Monse treinta y cinco a treinta y dos. Me pidió otro cigarrillo. Se lo di, vi que me quedaban pocos y lamenté no haber tenido otra etiqueta en el bolsillo.
El juego siguió. Algunos ya mostraban signos de cansancio y empezaron los cambios. Para el equipo de los descamisados entró un flaco de musculosa y alpargatas y otro con un gorro de Belgrano. En el Monse entraron tres con camisa blanca y salieron tres con camisa menos blanca. Con piernas menos cansadas, el partido recobró vitalidad. A veces nos teníamos que correr todos porque se jugaba fuera de los límites de la cancha. Los pibes corrían y corrían detrás de la pelota. Las peleaban todas. En los bancos de la plaza. Arriba de los árboles. En la calle. En las sendas peatonales. Por ahí la robaba uno y se volvía corriendo con la pelota de vuelta a la cancha a tratar de marcar un gol ya que los arcos estaban vacíos. Se seguían matando a goles pero, a esta altura, ya nadie sabía cuanto iban.

sábado, diciembre 15, 2007

Tercera y cuarta parte

4

El rubio de camisa blanca se la tocó al otro rubio de camisa blanca y empezó el juego. Muchos toques abajo. Precisión con la pelota y cabezas levantadas eran la característica de los de camisa blanca. Los descamisados presionaban pero no le podían sacar la pelota. No se cuántos minutos pasaron, pero el primer gol lo convirtió uno de zapatillas Nike. Agarró la pelota en la mitad de la cancha. Se la tocó a uno que tenía la corbata atada como bincha. Este se la devolvió de taco y el otro remató con mucha violencia superando la estirada del de remera de Talleres, que estaba al arco. El gol fue muy festejado por un grupito de chicas con camisa blanca y corbata del Monserrat, que estaban detrás del otro arco. Yo las miré con un cierto resentimiento. El pibito agachó la cabeza, la movió para los costados y murmuró un insulto. La reacción no se hizo esperar. Los descamisados armaron una jugada tremenda. Uno de remera roja, que jugaba descalzo, pasó a dos jugadores rivales y se largó a correr para el arco rival. De repente se frenó y observó que los había dejado tirados en el piso. Pisó la pelota, pegó marcha atrás y se puso a bailar en la cancha. Los de camisa blanca no se la podían sacar. La tiene atada, pensé, pero ni siquiera tenía zapatillas. Cambié de frase y me dije que la tenía pegada. Me reí solo y el pibe me miró con cara rara. Mientras, el de remera roja, seguía con la pelota. Ayudó a levantar a los que había dejado tirados en el piso y aguantó el balón en la cabeza. Después la volvió a poner en juego y los volvió a pasar. No se cuánto tiempo tuvo la pelota en los pies, pero el semáforo de la calle Duarte Quiróz cambió tres veces. Al final, después de pasar a todos dos veces, incluido a uno de su propio equipo, el pies descalzos se paró al frente del arquero, lo miró fijo, cerró los ojos y pateó con mucha violencia enviando el balón lejos, muy lejos del arco. La pelota pegó en una baranda de La Cañada, se salvó de milagro de que la pisaran y quedó en un lugar alejado de la plaza. El pibe hizo los mismos gestos. Cabeza gacha, indignación y me dijo que el negro siempre hacía lo mismo. Los pasaba a todos, pero como jugaba descalzo, nunca aprendió a patear al arco. Metía más goles de cabeza que con los pies, sentenció el pibe. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que en la villa nadie tiene nombre, o por lo menos nadie los usa. Su apodo era pocho. Abrí la segunda etiqueta de puchos y le ofrecía a pocho otro más. “No, gracias, estoy dejando”, me respondió. Yo me puse el cigarro en la boca, sonreí de costado y seguí viendo el partido. Levanté la cabeza y vi a los de blanco abrazándose. Uh, otro más, pensé. Pero pocho me dijo que iban tres a tres. “¿Cuándo metieron tantos goles?”, le pregunté. “Recién, ¿no los viste?”, me dijo. Levanté los hombros y seguí fumando.
El sol seguía igual de fuerte, pero teníamos sombra como para dos días más. Le dije a Pocho que me cuidara el lugar, aunque no hubiera nadie para ocuparlo. Me levanté y me fui a mear porque parecía que hacía años que estaba sentado ahí. Me metí en los baños públicos de la plaza. Traté de respirar por la boca porque el olor era insoportable. En una de las paredes del baño estaba escrito con birome: “Aguante los limpia vidrios. Monse no existís.” Había una fecha, pero estaba tapada con otra inscripción hecha con aerosol que decía “Aguante la mona.” Se ve que tenía muchas ganas de mear porque tuve tiempo de leer casi todo lo que estaba escrito en las paredes. Las clásicas “el futuro está en tus manos” o “no se droguen, somos muchos y hay poca.” Y otras más ingeniosas: “si no tenés pito para qué entrás acá???” , y una que me causó gracía: “acá debuté ió.” Me subí la bragueta y salí del baño pensando en lo feo que debe haber sido debutar en ese juntadero de bosta y de meada.
Volví para la cancha acomodándome el pantalón. Me sorprendió ver tanta gente. Pocho me miró y me dijo: “eh, al fin, casi te ocupan el lugar”. “¿Tanto tiempo estuve en el baño?”, le pregunté. “Vamos ganando siete a seis”, me dijo. Yo no entendía bien qué carajo estaba pasando. Había como treinta personas disfrutando de la sombra que antes era sólo nuestra. Miré para mi izquierda y vi que se estaban instalando dos carritos de venta de choripanes. Un negro con delantal blanco estaba agachado haciendo viento con un pedazo de cartón para que agarren fuego un par de carbones. Miré para la derecha y observé que los descamisados ya tenían una hinchada importante. Eran unos veinte, pero gritaban y alentaban a lo loco. Alcancé a ver a cuatro vendedores de la luciérnaga, dos vendedores ambulantes y varios pibes limpia vidrios. Pocho me dijo que el de remera azul era su hermano. La hinchada del otro equipo también tenía lo suyo. Unas treinta personas se acomodaron detrás del otro arco. Tomaban mate, Coca Cola, gaseosa Ser. Un grupito de pibes alentaba. Algunas de las chicas seguían como embobadas el desempeño de sus chicos. Mientras que otros afinaban y sincronizaban los ring tones de sus celulares para demostrar su aliento incondicional para con su equipo. Cada uno con lo suyo.
3

No se si fueron minutos o segundos, pero sentía que había dormido. El sol se filtró por las hojas del árbol y me daba en el cachete izquierdo de la cara. Abrí los ojos y tuve que frotarme un largo rato para volver a distinguir los colores de la realidad. A simple vista todo parecía igual. Pero yo lo sentía diferente. ¿Me dormí?, pensaba. Miré el reloj y era una sola mancha de humedad. Habrá sido el calor o la transpiración, pero sin dudas no funcionaba más. No tenía idea alguna del tiempo que llevaba allí sentado. Para mí había sido un abrir y cerrar de ojos. Los árboles eran los mismos. La gente caminaba en la plaza, apurada, como siempre. Algunos valientes tomaban sol. Me di vuelta y el tráfico seguía igual; deshumanizado, veloz, fugaz, enojado, avasallador. Me sentía raro.
Puse mi mano sobre mi frente para hacerme visera y ver un poco más lejos. En la canchita de la plaza, unos pibes se disponían a iniciar un partido. Con este sol, estos están locos, pensé. Cuando me senté no recordaba haber visto a nadie con una pelota, y ahora parecía que ya había dos equipos.
El sol había cambiado de posición y la sombra de ese viejo árbol ya no me servía. Aproveché para cambiar de lugar y de paso me ubicaba cerquita de la cancha. El edificio que está en el medio de la plaza cubría un enrome espacio con una mancha de sombra. Me senté en el pasto esperando el comienzo del partido. Me di vuelta para ver el reloj del Palacio Seis de Julio de la Municipalidad. Pero se ve que estaba roto porque seguía marcando que faltaban 112 días para el año 2000. No sabía la hora y quería llegar temprano a casa para evitarme un reto de mi mujer. Los pibes empezaron a los gritos discutiendo quién sacaba.
Sentado en el palco preferencial, seguí escuchando las discusiones. Claramente había dos equipos. Unos tenían camisas blancas con corbata del Colegio Monserrat. Los otros, no tenían indumentaria. Algunos estaban en cuero. Otro tenía una remera roja. Un petiso usaba una remera de Talleres, con una propaganda en el pecho que decía Martí Intendente. Me causó gracia pensar en la presentación del encuentro: “Los de Camisa vs Los Descamisados.” Y era más o menos así.
Un petiso, que parecía pertenecer al grupo de los sin camisa, se me sentó al lado y me pidió un cigarrillo. No debía tener más de trece años. Se lo di y le ofrecí fuego. Me dijo que no y sacó una cajita de fósforos. Le pregunté por el partido y me contestó que los “chetos estos les habían hecho partido para definir una pica que viene de mucho tiempo atrás”. Me contó, además, que jugaban siempre, todas las semanas. No se si era por el sol, pero no me acordaba qué día era. Sabía que había ido a laburar, así que ni sábado ni domingo podían ser. Le pregunté al pibe y me dijo que no tenía idea, pero que estaba seguro de que estábamos en primavera.
Apagué mi último pucho en el césped y me recosté apoyando las dos palmas de mis manos en el pasto para sostenerme. El pibe me miró, tiró su cigarrillo que estaba a la mitad, e hizo lo mismo. Observé que la pelota estaba en el medio de la cancha y que los dos equipos estaban cada uno en sus respectivos arcos. Quizás preparando alguna estrategia. Quizás arengándose. Quizás planeando alguna patada. No lo sé. Se escucharon algunos gritos y todos se pusieron en sus posiciones. El saque le correspondió a los del Monserrat ya que aludieron que la pelota era de ellos y sino sacaban se la iban a llevar. El pibe de al lado mío me codeó y me dijo “siempre hacen lo mismo estos chetos.”

viernes, diciembre 07, 2007

¡Seguuuunda! (qué quilombo leer al verre)

2


Esa tarde había salido temprano del trabajo. Mi jefe me dio una licencia por dos semanas y me mandó sin falta al odontólogo. Hacía ya tres años que trabaja en Arcor como catador de caramelos. Eso era toda una contradicción para mí. Una más que se sumaba a mis locuras cotidianas y a otras que arrastraba desde hacía mucho tiempo. Yo, el comprometido, el militante, el coherente, el que había laburado en la G.L.A.L (Golosinas libres para América Latina) durante tantos años en la facultad.
Mi vida había tenido momentos buenos y momentos muy malos. Cuando la paranoia atacaba a mi cabeza, el fútbol funcionaba como oasis. Yo iba a mi escalón de la tribuna, me prendía un pucho y me quedaba viendo la reserva. Al lado mío tenía una mujer hermosa, de fierro, una compañera inigualable. Pero había cosas que ella no podía entender y no era justo que la volviera loca con idioteces que no tenían nada que ver con nuestra relación.
En los momentos en que todo iba mal, el fútbol era mi río fresco en un día de calor. Ya sea jugando, mirando, yendo a la cancha, o leyendo. En fin, en todas sus vertientes. Cuando pasó lo de Arsenal, hace ya dos años y monedas, perdí mi oasis, ese abrazo necesario, esa mano que me frotaba la espalda, esa complicidad hermosa.
Hacía calor. En Córdoba el calor tiene su particularidad: es insoportable. Imagino que será así en todo el país. Los cincuenta grados en el norte, la humedad de Santa Fe, el asfalto de Buenos Aires. Me puse a caminar por el centro, buscando algún lugar donde sentarme tranquilo a fumar un cigarrillo, tomar algo fresco y pensar, seguramente, en todo lo que había hecho y desecho en ese día. Necesitaba un poquito de sombra. Las axilas desprendían un olor intenso y la transpiración era ya imposible de disimular.
En este año último había ido unas veces a la cancha, pero ya no era lo mismo. De aquel oasis de seguridad que me brindaba el fútbol, solo me quedaba una parte pequeñita. Ya casi no iba al Gigante de Alberdi a ver a Belgrano. Me mantenía informado de los resultados. Festejaba las victorias, pero siempre había excusas para mis amigos que aún continuaban yendo. Esa partecita que quedaba eran los chicos, los pibes, los nenes. A veces me pasaba horas mirando a los petisos jugar a la pelota con una inocencia total. Me volvía del trabajo, caminando. Alargaba un poco y pasaba al frente de un potrero donde siempre había alguien pateando. Me sentaba y los miraba. Me pasaba horas ahí. Los pibitos me ignoraban y seguían corriendo y gritando y jugando como siempre. Jugando. Ese verbo hermoso. Esa palabra que ya de grandes no usamos más. Porque crecer significa dejar de jugar, dejar de divertirse, dejar de joder. A esos nenes, nada de eso les importaba y movían la pelota con una sonrisa en la cara. A veces se agarraban a las piñas, pero a los cinco minutos ya eran todos amigos. Mirar esos partidos me hacía acordar a los partidos que jugábamos en mi barrio, en mi cuadra, en nuestro potrero. Con mi hermanos, con mis primos, con mis vecinos. Las zapatillas rotas y la felicidad plena.
Ubiqué el banco con más sombra en la Plaza de la Intendencia. Me desprendí la camisa y quedé en cuero. Me saqué los zapatos, las medias y me arremangué los pantalones. Ahora sí parecía un ciruja. Prendí un pucho y tomé un sorbo de coca cola. El sol picaba fuerte, pero la sombra y el viento pegando en mi transpiración me otorgaban una especie de satisfacción. Cerré los ojos un rato y empecé a imaginar, a recordar.

(continuará...)

miércoles, diciembre 05, 2007

Se viene la primera

“y así vamos, corriendo tan lento como el verbo lo permite por esta gran curva que por larga parece recta, y nos deposita, tiempo después, cansados y maltrechos en el mismo lugar. Todo fue muy rápido y no hubo tiempo para pequeños milagros que decían a gritos llamarse felicidad. Todo fue muy rápido, y yo me senté a esperar.”

Uno de cordobeses
1
Las palabras de Juan todavía me resonaban en la cabeza: “¿Qué pasa, Ángel, ya no vas más a la cancha?” Era verdad lo que me decía mi amigo. El fútbol ya no era lo mismo para mí desde el trágico día en que Arsenal de Sarandí ganó la Copa Intercontinental. Lo del campeonato de primera división era duro, pero me dije que había sido pura suerte. Que Grondona movió los tentáculos y jugó sus últimas cartas antes de su retiro de la AFA, a los 80 años de edad. Cuando ganó la Libertadores de América arranqué con el alcohol. Pasé muchas noches borracho. No entendía cómo había pasado para que el antifútbol de Sarandí hubiera ganado la copa. La mejor excusa que se me ocurrió fue la de que Grondona era vicepresidente de la FIFA y que su influencia sobrepasaba las fronteras argentinas. Además, a los europeos no les importaba una mierda el fútbol de Sudamérica. Con la marihuana empecé hace dos años, en junio. Arsenal empataba cero a cero con el Arsenal de Inglaterra y triunfaba por un tres a cero en los penales. Claro, los ingleses no habían practicado tiros desde los doce pasos. Asumían que ganarían en los noventa minutos fácilmente.
Desde aquel triste día de junio, dejé de creer en el fútbol. Empecé a ir al psicólogo. Éste me recomendó que, en primera medida, dejara la marihuana y en segunda medida, que dejara paulatinamente el alcohol. Así fue que arranqué con un programa de rehabilitación que incluía comida sana, jugo de naranja, nada de drogas y alcohol, de paso me hicieron dejar el cigarrillo y, por sobre todas las cosas, no ir más a la cancha. Funcioné bastante bien el primer año. Me mantuve limpio. En la clínica me autorizaron a volver, lentamente, a los asados con papas fritas, al vino tinto y a la cerveza, con moderación. Me recomendaron no volver a los porros y me prohibieron terminantemente volver a las canchas.
Fue el mes pasado que Juan me dijo esas palabras. Yo, igual, no había seguido las recomendaciones de los doctores; y no sólo me había fumado unos porritos, sino que también había ido a ver una docena de veces a Belgrano. Era una emoción inmensa, inexplicable, la de volver a la cancha; cantar; aplaudir al equipo; tirar papelitos… todo el folclore. Lo triste era que todas esas imágenes de aquel junio, volvían a mi cabeza como una pesadilla sin resolver. Y los veo a esos hijos de puta de los japoneses entregándole la copa al capitán de Arsenal. Y vienen con la llave de la camioneta Toyota, y no saben a quién dársela, porque la llave es para el goleador, y ese equipo no mete goles, porque no juega al fútbol, porque no arma jugadas, porque los pocos goles que hace son de pelota parada. Y los japonesitos se la dan al técnico, a Burruchaga, que tiene firmado un contrato de por vida. Y ya no queda casi nadie en la cancha. Porque los nipones son unos boludos felices, pero se dan cuenta cuando un partido es malo. Y el festejo de Arsenal de Sarandí que no me lo puedo sacar. Y por qué carajo tuvo que pasar eso. Y por qué mierda salió campeón Intercontinental ese equipo del orto. Y por qué no te vas a la puta que te parió, vos Juan, que me cuestionás y de paso vos, Grondona, mafioso y matón de aquellos y de paso, Burruchaga, Esmerado, el pulpo González, Limia y todos esos que ahora levantan la copa y que… ¡¡¡GOOOOOOOOOL!!! ¡Vamos Belgrano! Golazo. Un gol hermoso. Y esos eran los únicos momentos, cuando gritaba un gol, en los que me olvidaba de Arsenal. Del Torneo Apertura que ganaron con 16 goles a favor y 5 en contra. De la Libertadores, en la que pasaron todas las fases por penales. Y me olvidaba también, aunque fuera por solo unos minutos, del festejo en Tokio.
Sí, lo sabía, a pesar de los años que pasé visitando psicólogos, la cuestión seguía irresuelta. Psicoanálisis, Lacanismo, Gestalt, y todo tipo de terapias, para “curar” este mal. A veces sentía que mejoraba. Pero había días en que la imagen volvía como mazazo a la inocencia de una pelota que rueda, con pique falso, por un potrero de tierra quebrada y seca.
(continuará...)

martes, noviembre 27, 2007

PROPUESTA LITERARIA

A los pocos que entran al blog:

Les propongo una cosa, a ver qué les parece. Paso a explicar: toda esta cuestión de la internet, el blog, el google, y la madre que las parió, está muy bueno, todo muy bonito, pero la realidad es que casi nadie lee las cosas porque la pantalla es una cagada y no se acerca ni a palos al placer de la lectura en papel y no todo el mundo tiene acceso a internet, y tantas contras más. A pesar de todo quiero ver si se le puede dar algún tipo de dinamismo a la cuestión.
Hace mucho escribí un cuento que está dividido en once partes (capítulos, pedazos, como quieran llamarle) y un par de gentes lo ha leído y les ha gustado. Es largo, por eso no lo he posteado nunca. Entonces he aquí la cosa: si ustedes quieren, si por lo menos 3 personas así lo desean, dejando en un comentario su aceptación, yo postearé un capítulo por semana y podemos hacer de este espacio virtual algo un poco más copado. Espero haber sido claro. Pero por las dudas repito: si 3 o más dejan un comentario, empiezo a postear el cuento, sino no, y sigo con alguna otra cosa. Esto no es sólo para cambiarle la cara a esta forma del blog en el que uno postea y no tiene ni una devolución y nunca hay diálogo. En fin, me fui por las ramas. Esperaré, como siempre, algo.
Abrazos a todos:

seba

martes, noviembre 06, 2007

.....bla.......

Camino. Deambulo. Merodeo las calles en busca de nada, deseando encontrarlo todo.
No tengo rumbo fijo. Hoy, como tantas veces, mis pies se mueven a tientas de un estado de ánimo rutinario. Doblo en una esquina conocida a la que he olvidado su nombre.
Paso por una plaza que una vez fue un cuento de alegría. La miro y vuelvo a escribir esas palabras en mi cabeza. El día es hostil...el viento...la llovizna tenue...el sol ya no está...la gente tampoco. Me detengo unos segundos y veo a los personajes de mi historia tirando caños y gambetas. La plaza desierta.
Sigo. Camino sabiendo que quisiera correr. Me siento una montaña de pólvora...una guerra que nunca estalla...un barrilete sin hilo...un cordón desatado...una mirada fría...un llanto sin lágrima...una película sin final...una copa sin brindis.
Camino. Pienso para no pensar. A veces quisiera fumar. Me agarran esos deseos de sostener un cigarrillo entre mis dedos y delegarle a la nicotina, al tabaco, toda mi atención. Dar una pitada para pasar los eternos minutos que se me van entre tanta nada.

lunes, octubre 22, 2007

TERCER DOMINGO DE OCTUBRE


¿Me querés? –pregunta la vieja.
¡Por Dios! Yo no sé si esas ridiculeces se le ocurren ahora, que los años se empiezan a notar en el espejo de sus hijos. Mi mamá tiene esas cosas. Con una pregunta directa, de obvia respuesta, trata de lograr una expresión en mí, un gesto que tape mis dos décadas y media de silencios, mutismos, esporádicos gestos. Stop. Corrijo. Suponiendo que aprendí a hablar a los…, no sé, ¿dos? ¿tres años? (¿cuándo fue, mamá? Vos seguro que sabés) Y que mis primeras palabras no deben haber sido demasiado razonadas. Bueno, cierro en una década y media. Prosigo.
¿Me querés? –pregunta la vieja.
Lo que pasa, mamá, es que yo no funciono así. Ni siquiera sé muy bien cómo carajo funciono. Sé que tu pregunta esconde el deseo que yo venga, de la nada, y te diga que te quiero mucho, y vos me vas a preguntar “¿hasta dónde?”, hasta el cielo, mamá; como cuando era chico ¿te acordás? Siempre me decías que era un chico muy cariñoso con la gente y que de un momento a otro dejé de serlo. ¿Por qué pasó eso, mami? Vos me conocés de arriba abajo, de izquierda a derecha. Y a veces nos separa un mar, o un arroyito que parece minúsculo pero imposible de cruzar. Vieja, te quiero hasta el cielo. “¿Hasta dónde?”, le preguntás a ese rubio flaquito que soy yo hace muchos años. Hasta el cielo. “¿Hasta el cielo nomás?” Bueno, hasta las estrellas. Y mucho más. Lo sabés. Pero querés que te lo diga.
¿Me querés? –pregunta mi mamá.
Me hacías la leche en el jarrito de loza azul, ese que era chiquitito y que alcanzaba para dos tazas nomás. ¿Te acordás? A mí me gustaba la taza amarilla, y a la Luciana también. Y vos nos arreglaste a los dos y conseguiste que cada uno tuviera una amarilla. Y fin del asunto. Ojalá. Después quería la verde. Y de vuelta a recuperar la verde. Me curaste las rodillas mil veces. Esa bici roja me acompañó hasta el final de mi infancia, y vos también, y mucho más. Los años pasan. Y no te das cuenta que de un día para el otro tus hijos, el fruto del amor, tienen que volar, hacer sus vidas. Y las cosas, vieja, no van a ser como vos querías, porque ahora decidimos nosotros ¿entendés? Pero creeme, mami, que ponemos todo para que vos estés orgullosa de nosotros. Porque nos pone feliz verte sonreír. Porque tu felicidad es nuestra vida. Y vos sos mi orgullo porque sos mi mamá, mi vieja.
¿Me querés? –pregunta la gorda.
Y todavía no entiendo, hoy que han pasado años de ese apodo, que te siga molestando tanto. ¿No ves que te lo decimos, en parte, por cariño, y en otra porque nos encanta hacerte enojar? ¡Es que es tan fácil! Y a vos gritar no te cuesta mucho. Pero no te preocupes porque para mí siempre vas a ser mamá, mami, o má. Y esas dos letras bastan nomás para que vos vengas corriendo a mi socorro cuando vuelo de fiebre y me caigo al piso porque deliraba con la temperatura ¿Te acordás, vieja? Maaaaaaaa, gritaba desde la pieza, quiero esto, aquello, y eso otro; y vos dejás todo para que yo tenga una sonrisa en mi cara, para que yo no me enoje, porque a vos te brillan los ojos cuando yo estoy feliz, lo sé, lo veo, lo siento. Y hoy, todavía, a pesar de que ya soy grandote de cuerpo, pero niño en tantas cosas, seguís detrás de mí, en silencio, tratando de no decirme lo que tenés ganas de decirme porque yo, al igual que antes, me enojo. Y a veces parece que mis momentos de felicidad se agotan y que no tengo nada para darte. Con una sonrisa vos estás hecha y yo tantas veces ni siquiera puedo dártela. Y a vos no te importa porque a pesar de todo, vos estás orgullosa de mí, de tus hijos. Y sé que quisieras que fuéramos el uno para el otro pero antes de eso tenemos que ser el uno para el uno y superar tantas cosas, tantos silencios. ¿Me querés? –pregunta la mami.
Me enseñaste a cruzar la calle, a sumar y a restar, a comer helado, a rezar, a atender el teléfono, a sonreír, a ser lo que soy, a andar en bicicleta, a no faltar el respeto, a comer con la boca cerrada, a no limpiarme la boca con el mantel, a no eructar en la mesa, a leer y escribir, a soñar y miles de cosas más que no me alcanzarían las palabras para nombrar. Muchas las lograste a pesar de que siga eructando y que vos me grites. Mami: me enseñaste a ser lo que soy. Sos mi vida. Con mis fallas, mis defectos, y las virtudes que tengo y que tantas veces niego, por miedo, por timidez, soy esto que ves. Mi corazón tiene mucho que ver con el tuyo. ¿Entendés? Y vos me preguntás si te quiero… y me doy cuenta que tendría que decirlo más seguido.
¿Me querés? –pregunta la mamá.
Y a esa pregunta desesperada que me tirás muchas veces las respondo con frialdad. Perdón. De vuelta, perdón. Mamá, por supuesto que te quiero. Hoy más que nunca. Hoy que ando a los tumbos por mis días. Hoy que ya no compartimos el mismo techo. Hoy que lloro, en parte por dolor, y en parte por felicidad, por saber que también puedo amar, que no soy una piedra, como en algún momento pensé. Estas lágrimas, las mías, y las tuyas, son el reflejo de todo lo que siento, lo que sentimos. Si vos no estuvieras yo no sé que haría. No quiero ni pensarlo. Te quiero tanto, tanto, tanto. Feliz día mamá. Hoy, y mañana, y pasado. Todos los días de tu vida, que es la mía.

¿Me querés?
Sí, mami, hasta el cielo. Y si me olvido de decirlo nunca dejes de preguntarme.

Feliz Día de la Madre.

lunes, octubre 15, 2007

Magdalena, o a quien corresponda.

Magdalena, piensa. Levanta la cabeza, la baja, y, Magdalena, vuelve a pensar. Su nombre, sólo eso, las letras que lo componen: la M mayúscula, un par de a, y otras consonantes más. Y de vuelta. El nombre que pasa volando una y otra vez hasta que se detiene. Con él vienen atadas un montón de imágenes. Javier vuelve a intentar lo que sabe que no va a conseguir: dormir. Cierra sus ojos, fuerte, muy fuerte, poniéndole esfuerzo a algo que no funciona de esa forma. La idea es descansar, relajarse, y el dormir cae solo, y quizá los sueños. Pero de lejos siente. De vuelta. Una imagen chiquita, menos chiquita, cercana, a punto de rozar, y de vuelta. La M mayúscula (o minúscula) y las letras que le siguen. Y todos esos recuerdos.
Javier se da vuelta y respira la pared. Si hubiera sido todo más simple, piensa, y dice en voz alta, pero en su cabeza. No dice. Se acostumbra a no decir. Una caminata agarrados de la mano; una caricia en el momento justo; una caída graciosa corriendo el colectivo; un grito; una mirada; el río que nos observa y nada más; una mirada; y otra; y otra; y tus ojos que me miran y me aman, y quiero sentir eso, piensa, Javier. Piensa y desea. Mejor pienso en otra cosa, se dice así mismo; sí, mejor eso, se contesta. Y así no va más, no, no va más. Quiere dormir, Javier. Necesita dormir y todo el resto: descansar, relajarse, y soñar. Quiero soñar, piensa, intenta convencerse, obligarse. Y cuando está por pensar en otra cosa, producto de esa cadena veloz de imágenes, fotos en movimiento, frases, sonidos, viene otro y ¡tuc! Como un tincazo en la frente viene esa caminata, que puede ser la misma de recién, pero no. No, no es la misma, pero todo parece parecido. Un abrazo que se siente a través de las sábanas. Los brazos que me agarran, que no me dejan caer, que te quiero, que nunca pensé que volvería a sentirme así, recuerda Javier, escucha la voz de Magdalena. No llores, che; lloro de alegría. Javier transpira. Se da vuelta para el otro lado; ya no respira la pared, respira un aire que no le gusta, que no lo llena, que entra en todo ese vacío que siente, que duele en la garganta, en el pecho. ¡Tuc! Otro recuerdo más. Los olores de aquel verano. Javier suda y hace fuerza para cerrar los ojos. Duele. Me duele, dice Javier. Piensa. Ambos coincidimos, piensa, que con el amor no bastaba, que no era suficiente, ¿por qué? No entiendo. ¿Por qué? Grita pensando, Javier. Y sigue: ahora a la distancia (una distancia de miles de kilómetros a pocas cuadras) ¡tuc! ¿por qué no bastaba con el amor? ¿cómo, en el nombre de Dios, o lo que fuere, pudimos llegar a decir eso, Magda? Una lágrima, una sola, chiquita, salada, que se escapa de la presión de esos ojos secos y tristes, recorre el pómulo derecho de Javier, para pasar luego muy cerca de su nariz, y llegar hasta sus labios, para luego secarse en su barba. ¿Dónde estará?, dice Javier, en su cabeza. ¿Qué estarás haciendo? ¡Tuc! Y la ve. Jura que la ve. La imagina durmiendo. Tranquila, como casi siempre que tenía que dormir. No entiendo porqué te cuesta tanto dormir, dice Magdalena, recuerda Javier. Y está dormida, soñando quizá, balbuceando algo inentendible, y moviéndose un poquito, como si fuera un escalofrío, y ¡Tuc! Con vos siempre dormí bien, piensa. A vos te encantaba dormir, Magda, y a mí me encantaba mirarte. Y Javier mira a Magdalena durmiendo, y sonríe, y la vuelve a mirar, y la ama, la ama en silencio, le acaricia la frente, y le susurra muy despacito una canción, y ¡tuc! Todas las veces que lloré de pura emoción, piensa. Y la canción viene. De a poco, va llegando. Javier se mueve y queda boca arriba y no quiere abrir los ojos. No. No los va a abrir. Si los abre se va a encontrar con una oscuridad negra, muy negra, solitaria, silenciosa. ¡Tuc! Y los dos abrazados soñando que están soñando. Y la canción que ya tiene melodía. Mi mamá me cantaba esto cuando era chiquita, dice Magdalena, ¡tuc! recuerda, Javier. Te extraño tanto. Duerme, duerme…, Javier, ahora, llora. No son más de una docena de lágrimas, nunca fueron más que esas, o sí, pero ya ni se acuerda. Ya no se acuerda cómo hacerlo. ¡Tuc! Otro tincazo. Otro recuerdo. ¡Tuc! A Javier le sudan las manos, el cuerpo; se destapa. Quiere gritar. Grita, pero no. Sin voz. Y Javier se acerca a Magdalena, que duerme en paz, duerme en belleza, y está más hermosa que nunca, desnuda, tapada sólo por una sábana porque es verano, y las siestas son eternas y quedan en el recuerdo; y los recuerdos son un tormento por las noches. Javier sufre con esos recuerdos. Y Magdalena duerme, respira bajito. Y se acerca Javier, y le dice te, y tres letras más, dos vocales y una consonante al medio. Y la canción. Viene la canción. Y con ella un par de lágrimas más, con lo que superamos la docena acostumbrada. La melodía. Duerme, duerme negrita, que tu, y tu mamá te cantaba eso, lo que yo te canto hoy, en mi cabeza, en mis deseos, duerme, duerme negrita, que tu mamá está en el campo, negrita.
Dormí, petisa, por favor. No sin antes ¡tuc! y yo también…
Javier se duerme, o simula dormir. La fatiga de un día largo lo vence. Y todavía faltan muchos más. Días. Noches.

sábado, octubre 13, 2007

Arg-Chile

No sé, pero yo tengo unas ganitas de que a Bielsa le vaya bien en el Monumental.

Total, la selección no es de todos. La selección es de los porteños que la pueden ver.
Ah, y de Grondona.
Ah, y de los que ponen la mosca.

Suerte.

O no.

Que gane el mejor.

p.d: sería bueno tapar un par de jetas a la gilada.

jueves, septiembre 27, 2007

Yerba mate libre

Me llegó un libro de un autor del que no había oído nunca. Se llama Guillermo de Posfay. Investigando en internet, y preguntando otro tanto a algunas personas, me enteré que tiene muchos libros escritos. En un lenguaje cotidiano, profundo, y bien pensado, ha tocado mi corazón en algún modo. Este estracto es de la novela: Yerba mate libre. Un poco de lo que siento por esa infusión y por el amor.
Espero les guste. Espero lo lean.
(tiene una página en internet. Pongan el nombre en el google y "click")



"Al llegar a casa Henna no está. Preparo un mate, escondo la yerba bajo un tirante del piso de madera y subo al techo a pensar. Miro. Tantos edificios y ventanas de donde puedo ver otras construcciones como en la que estoy. Las ciudades ya han sido pensadas, y a partir de allí, está mal visto pensar. Una ratonera organizada ¿cómo es que hacen para controlar todo esto? Y sin embargo, lo controlan, o al menos en apariencia. Dicen controlarlo, y también tienen el control de lo que dicen. Tienen poder para investigarte, ubicarte, perseguirte. Todo lo pueden hacer sin que lo sepas. No los ves, pero te miran. Y cuando no pueden verte tu cabeza es un caos. Millones de ondas y frecuencias cruzan el cielo. De una antena a una radio, de un teléfono a un satélite, de un transmisor a un radar Eso altera los pensamientos ¿no creés? Eso hace inestable la concentración. Vigilan porque tienen miedo en realidad, y su misión está en infundírtelo. Por eso interrumpen, rompen, destruyen. Por eso aman las cadenas, que no dan frutos, ni florecen, ni respiran. Así son mis enemigos, y sus amigos, y los mendigos de su amistad. Cuando luchás por la vida, todo parece poco. Todo, pero no sabés... Un buen aprendizaje llega lejos. Un recuerdo bien guardado tiene más poder que el mismísimo presente. Cualquier acto puro, vigoroso, con toda la esencia de tu ser volcada sobre el mensaje, perdura inagotablemente. Un niño puede olvidar fácilmente las miles de horas que pasó frente a una pantalla pero nunca olvidará el momento en que por primera vez anduvo solo en bicicleta. Todos tus actos son ejemplos. Hacer significa no ver. Hacer deshaciéndose de lo hecho. Es hermoso, nada igual. Así mismo, cuando luchás a favor de algo verdadero, a su vez estás luchando contra todo lo falso y mentiroso. Me siento mucho más útil sembrando una planta que quitando los cascotes que no le permiten crecer. Me siento mucho más útil regando esa planta que volviendo a quitar nuevos cascotes. Me siento infinitamente más útil comiendo de esa planta que rompiendo cascotes sin comer. A la tierra hay que ablandarla, abonarla, servirla. Mi oportunidad es ahora, la única vida que conozco late en mí. Y como aprendí a ser libre, voy en contra de la ley del mismo modo que la ley va en contra de nosotros. Cuanto más libre soy, más quiero. Mi libertad continúa donde comienza la del otro. Estoy aquí, en el momento más insoportable de la Cruzada contra la Yerba, tan tranquilo como desesperado. Empuño el mate, lo mantengo firme, no olvido que mi amor es más fuerte que mi brazo ¿quién puede deshacerse de su sangre? Ahora miro hacia el interior, veo la yerba, la reconozco como planta que nació de la tierra de donde creció todo incluso yo mismo. No es venenosa y por lo tanto inofensiva, ¿acaso me lleve a algún lugar donde no puedan vigilarme? Iré hacia allá de todos modos. Cuanto más lejos llegue más cerca estaré de conocerme ¿voy a privarme ese placer porque algunos quieren conservar al mundo privado? Como yo entiendo esta vida, como yo disfruto la yerba que trago, esto es un dominio sobre las tradiciones. Y no hablo de tradición en el sentido ordinario de la palabra. Tradición como contrario de traición. Es cierto que gracias a la yerba y a los avatares que implica comprarla usarla y venderla, descubrí a las personas y muchos aspectos de ellos que desconocía. Es cierto que hubo cientos de veces que me pregunté cómo seguir. Reflexionaba esto sentado, quieto, con las manos cansadas. Miraba la ventana y el viento. La primera rota, el segundo soplando en contra de mi aliento. Millones saben lo difícil que es subsistir y lo fácil que es soñar en Sudamérica. Pronto comprendí que en esa posición me hundía. Entonces me levanté, me moví, le di trabajo a mis manos. Supe mi dirección sin saber el camino conveniente ¡y vaya que lo busqué y di vueltas sobre el asunto! Todas y cada una de mis dudas, al resolverse, me fueron dando seguridad ¡cuántas certezas les debo a mis dudas! Porque en esta ciudad que ahora contemplo he movido dos o tres toneladas de yerba de un lado a otro en pequeñas y grandes cantidades. Tomé mate en calabazas, vasos, chupitos, tapas de envases plásticos, capuchones de lapiceras, dedales. Tomé con yerba usada, yerba negra, yerba podrida. Tomé y convidé, porque un mate no se le niega a nadie, y menos a todo un pueblo. Para que la yerba deje de estar prohibida, hay que permitírselo a los demás y a uno mismo. Para que las plantas dejen de estar prohibidas, debemos amar la tierra y todo lo que de ella crece. Si las comunidades logran eso, deberán crear rápidos anticuerpos contra la opinión pública que está manipulada por intereses privados y que siempre estuvo suscrita a la posición oficial y sus leyes represivas, su propaganda infundada y su desinformación. Los injustos pueden decir y hacer cualquier barbaridad sin que los desaprueben porque de ellos es la ley y la ley premia a los mayores delincuentes. El que tiene senderos en su mente debe ocultarlos con matorrales, debe tolerar lo que no le toleran. Será siempre así mientras lo manejen los ceros negativos de solidaridad, mientras enviemos nuestras ideas en un buzón que lleva cartas al centro de la tierra. ¡Bum! ¡que salte todo! ¡que estalle como la primavera! Hay que luchar por la libertad donde quiera que esté, ella o nosotros. Hay que procurarse nacer muchas veces... y morir una sola. Termino el mate y bajo a mi pieza. Vuelvo a mirar si la yerba está donde la dejé. Bien, los duendes todavía no la descubrieron. No puedo evitar pensar que es un montón y resuelvo sacármela de encima rápidamente. A medianoche regresa Henna. Entra como un rayo y parece asustada. Luego de abrazarme me cuenta que en un noticiero vio que habían atrapado a los viejos con yerba en un galpón, y creyó que yo... ¡qué alegría le da verme! La noticia me paraliza por completo. Descargo toda la tensión en un llanto. Después prepara un cimarrón. Mientras ensilla el mate le cuento atropelladamente cómo me apretaron. Me pregunta si los viejos saben dónde vivimos. Supongo que sí, tranquila... no van a delatarnos. Suena el timbre. La electricidad me toca el miedo. Nos miramos con Henna fuertemente. Ella se levanta decidida y va a atender."

lunes, septiembre 17, 2007

Al título lo pone el que lo lee


Antes de que la inspiración se me vaya te quería contar que otra lágrima se desprendió de mis secos ojos. Y ya no sé por qué me pasa lo que me pasa. Te quería decir que a pesar de haber visto ese gol tantas veces no puedo evitar emocionarme. Si tuviera que buscarle una explicación, te puedo confesar que nunca busco evitarlo, y me contradigo a cada rato. Que son cosas que uno a veces piensa pero que no siente en lo más mínimo. Quiero decirte gracias por sostener tantos años mis alegrías y las de tantos. Con dos piernas, y principalmente con esa zurda mágica, nos hiciste, y nos hacés gritar, saltar, aplaudir. Vos ya sabés lo que hiciste, pero yo quiero ahora decirte lo me hiciste a mí. Se habla mucho, y a veces se habla de más. Y eso no lo puedo soportar. Te quiero contar que hoy me sentí vulnerable ante tantas sensaciones. Porque pasaste a medio equipo inglés y mucho más: pasaste a la historia. El gol más visto del mundo. El gol más bonito. El gol con más trascendencia. El gol de los mundiales. El gol. Tan simple y tan enorme como eso. El ejemplo de gol sos vos, lo que hiciste, lo que les hiciste. Y también hiciste el otro, el primero, y todo en un mismo partido. Porque fuimos y somos manoseados constantemente. Nos meten la mano en el bolsillo y el dedo en el culo. Y vos, saltando con tu estatura de duende, con el sol como testigo, te burlaste de todo un país, de toda una potencia, de los “inventores del fútbol”, de los que colonializan, matan, humillan y roban en todo el mundo. Y les robaste a ellos. Y tenés cien años y toda la eternidad de perdón. Aunque sabemos que Dios se debe estar cagando de risa por ahí. Y el pueblo se abrazó. Y nos uniste a todos, porque tenés ese don. En este país de ladrones y de honestos, de corruptos y trabajadores, de blancos y negros, opresores y oprimidos, todos quedamos boquiabiertos con el corazón tratando de entender todo eso que pasaba. Y después quisiste mostrarles a todos que podías hacer lo que querías con una pelota. Gambeteaste a la tristeza y a la pobreza pisando la pelota una y otra vez. Después te salió al cruce la violencia y la dejaste atrás. Con el panorama y la idea fija en la cabeza, enganchaste rápidamente y la amargura y el dolor de un país quedaron atrás. Te quiso agarrar de la camiseta la historia, para que no siguieras avanzando, para que las cosas siguieran en el lugar de siempre, pero no pudo. Enfrentaste, finalmente, al imperio, no sin antes dar una miradita al costado para contemplar a tu gente, que corría al lado tuyo desde que empezaste: Fiorito, tu viejo, los pibes, el hambre, la miseria, Boca, Argentinos, Argentina, Valdano y Burruchaga. Y con un toquecito de zurda terminaste de pintar una obra inigualable, escribiste la vida de todos, y nos abrazaste, te juro que nos abrazaste. Y nosotros, aunque fuera sólo por noventa minutos, dejamos todo eso atrás y más.
Estas lágrimas, estas palabras y las que vendrán, para vos. Ya sos eterno.