miércoles, julio 16, 2008
Situación cotidiana
Un chango viene parado en el colectivo. El colectivo viene a las chapas esquivando autos, peatones, normas de tránsito y códigos de manejo. El coche se mueve como un sachet de leche en el asiento trasero de un auto. La gente adentro acompaña el vals agarrada de donde puede. Al pasar por la iglesia que está en la Av.Castro Barros el chango se suelta para persignarse... grave error: un volantazo y se va al piso.
¿Señal de "dios"? .........
Se suponía que esa era toda la reflexión, pero ahora me pregunto ¿para qué se persignan? ¿Piensan en algo en particular o es solamente un acto reflejo? ¿Rezan? ¿Se acuerdan de que son católicos? No entiendo .... ¿No sería lo mismo, ponele, tocarse la nariz cada vez que pasan por una de esas institucionesquerepresentanadiosenlatierra? Se me ocurre que el concepto de persignarse y seguir viaje es una ridiculez..., digo, me parece... Eso que me bautizaron (sin preguntarme) y me hicieron hacer la comunión (también sin preguntarme) A lo mejor estoy ignorando algo trascendental... Es como si yo, cada vez que pasara un auto amarillo, o un gato negro, o una chica vestida con pollera corta, adoptara como tic aplaudir tres veces... o hacer una tumba carnera o cantar una canción de Sergio Denis. ... Eso, y persignarse, cuando pasan al frente de una iglesia, es lo mismo. Y que me perdonen los católicos, dios, o el que sea. Y si no perdonan..., bueno, conozco gente en el infierno que seguro me va a poder encontrar un buen lugar en el que la voy a pasar de maravillas.
miércoles, julio 09, 2008
Columna de diario
Lunes 07/07
¡Hola enemigos míos! No les pregunto cómo están porque ya saben que no me importa. La columna de hoy sale escupida con fritas. Todos me conocen: soy un despreciable ser, una resaca de vida, una basura sin sentimientos. Otros prefieren llamarme hijo de puta, mal parido, egoísta, basura de mierda (le agregan el “de mierda”, ¡cuánta imaginación por Dios!) A todos esos que descargan su porquería hacia mi persona (cosa que intuyo los deja muy contentos y les permite dormir en paz) les informo que si mi columna tiene tanto éxito es porque ustedes piensan, en mayor o menor medida, como yo.
La gente del diario me pide que explicite la “lógica” (si es que tiene) de esta columna, (que está muy lejos de ser “periodística”, pero que no dista demasiado de la basura que producen mis “colegas” en este y otros medios) por si algún lector desprevenido llegase a abrir el diario, leer mis palabras y quedar perplejo ante tanta porquería. La imagen, first of all, y los anunciantes, por supuesto, arriba, abajo, adentro y hasta el pecho. Así que, desprevenido lector, esto es lo que soy, no se asuste (o sí, no me importa) El periódico no se responsabiliza por mis dichos, pero sí se hace cargo de recaudar la publicidad que se vende en la página donde yo escribo. Y bueno, es la sociedad que supimos conseguir. God bless America.
Hoy voy a tirar bosta contra…, contra…, a ver si adivinan….: ¡sí! ¡Las viejas pelotudas! En columnas anteriores hemos (he) realizado profundas descripciones de esta raza (a priori inferior) que habita las ciudades (y el campo también) de este condenado país. Paso a explicar la situación que me condujo a escribir la columna de hoy: ayer iba en el colectivo (todos ya saben que no tengo demasiado dinero: no mantengo trabajos estables porque no soporto la idiotez de la gente que me rodea; y esto del diario es una changa) decía, que iba ayer en el colectivo camino a mi patético hogar. Subo, abono el accesible boleto (que creo que debería estar aún más caro…así no se llenaría tanto) y busco asiento: es al pedo, está todo lleno. Despliego, entonces, mi táctica intuitiva de localización de un pasajero que tenga cara de “me bajo pronto”. Lo ubico y me paro al lado esperando que mi pronóstico diera resultado. En efecto (soy implacable) el pasajero a las pocas paradas se alista para bajarse (¡por Dios, qué momento de gloria!) Observo a mi izquierda, también parada, una señora de unos cincuenta años de edad. Cuando le doy espacio al tipo para que se baje, ocurre lo que motivó mi “no tan difícil de motivar” ira. La vieja hija de puta agachó la cabeza, esquivó mi mirada, y se sentó. ¡Ah, no! ¿Cómo es eso? Estaba clarísimo que ese lugar me pertenecía ya que la totalidad de mi cuerpo cubría el espectro de influencia del asiento. Y ahí, en mi brillante cabeza, comenzó a girar el dínamo de violencia que me caracteriza (con el cual gano unos mangos vendiéndole fruta a la gente del diario) Pensaba: estas viejas mogólicas quieren ser las más pendejas (cosa que no les sale), se visten a la moda, gastan y gastan en pelotudeces para embellecerse (cosa que tampoco les sale) E incluso algunas (esto es lo más gracioso) dicen que el hombre y la mujer son iguales y que no debería haber discriminación. ¡No me vengan con cuentos! A la mayoría les cabe perfecto el traje de “pobre mina”. Pienso que sería muy feliz (si es que eso existe) siendo publicista. Vendiéndole a la gente cosas que realmente no necesitan, metiéndome en sus ignorantes cerebros. Imagino mi voz circulando por su cabeza: “¿estás seguro que no te falta nada? Comprá el nuevo xc-2008 (por decir algo) y se resolverán todos tus problemas”. Ah… Me fui por las ramas. Vuelvo ¡Claro, todo eso funciona a la perfección en la calle, en la vida! Viejas que aparentan ser las más jóvenes. Pero, en el colectivo, ocurre el efecto contrario: son las más decrépitas personas, se hacen las sufridas, las que no aguantan más la espalda, y suplican por un asiento. Estan al acecho buscando con esa mirada egoísta el asiento a ocupar. Lectores: ¿No se dan cuenta que las viejas imbéciles nunca ceden el asiento? Sé que ustedes no tienen la capacidad de análisis de la realidad que yo tengo, pero los invito a reflexionar sobre este punto. A usted también, lector desprevenido. Así y todo, me comí la bronca bien adentro para no desperdiciar material “periodístico”.
Bueno, voy dando por concluida mi columna semanal. Para aquellos que nunca me han leído y piensan que mis dardos apuntan al género (a priori) débil, les informo que “todos son unos pelotudos hasta que se demuestre lo contrario, hombre, mujer, niño o anciano”. Mis amigos (que son pocos, y no les creo demasiado) y mis enemigos (a esos les creo ya que son la mayoría) ya me conocen: hay días que me levanto y que siento que todos y todo lo que me rodea no merece ni la más mínima piedad. Y hay otros días en los que me levanto con la pierna izquierda, y ahí agarrensen. Soy de esos que matan a los bichos (sea una mariposa o un mosquito), de los que odia los llantos de los bebes, el maullido de un gato, las reflexiones profundas, y el amor de las parejas en primavera. Soy una porquería, lo sé. Así y todo, ustedes pierden tiempo en leerme (no es que tengan tanto para hacer)
Saludos. Hasta la próxima, o no, no me importa. Y recuerden que nadie puede ser del todo feliz. ¡Adío, mis enemigos!
Gracias Barcelona por tanta verdad.
Para leer otras reflexiones de este escritor buscar en el archivo del blog el post "Tranquilo".
domingo, junio 29, 2008
¡ Lo que viene, lo que viene !
DEVUELVAN LA PELOTA en formato radial.
Estamos pateando para adelante..., esperamos que la pelota no pegue en el poste y se vaya al diablo... de lo contrario tendremos que vender nuestra hipotecada alma... y ahí te quiero ver...
Si la radio vuelve a funcionar será por 88.7, Radio Reves...
A preparar la Spica.
Esta abierto el espacio para todo aquel que quiera colaborar. Ya adelantaré el contenido del programa. Igual, si alguno tiene una receta de cocina..., será bien recibida.
martes, junio 17, 2008
¿Escribir? ...
Hoy, que todos hablan, todos gritan, muchos escriben y escriben y ocultan y escriben, sentí ganas de postear esto. Guardo dentro mío la esperanza de que alguno sienta lo que yo siento sobre ciertas cosas. O no. O que cada uno piense lo que quiera y sienta lo que quiera, y me lo diga, y discutamos, y creemos, y transformemos... ............... o inventamos o erramos.....
Abrazo.
p.d: el texto está como salió. Sin correcciones, sin censura; así tal cual como fue escupido.
¿Qué es escribir? ¿Por qué escribo? ¿Qué tengo de distinto para decir? ¿Por qué empuño un lápiz? Demasiadas preguntas. Siempre necesarias. Sin preguntas no habría porqué buscar respuestas, no habría razón para cuestionar, no habría razón para reflexionar, no habría razón, por lo tanto, para escribir. Escribo por todo lo que callo, por lo que tendría que gritar, porque lo que veo no me gusta y no lo puedo asimilar y, también, porque lo que veo, a veces, me gusta demasiado y las hojas, lapiceras y demases me ayudan a expresar todo eso. Escribo para ser alguien, para ser yo, tan sólo yo. Me encuentro en las palabras escritas; algunas veces, las menos, me encuentro en lo que hablo, pero es en ese momento hermoso en el que siento que mis manos crean, que mis manos piensan y sienten, en el que logro una síntesis que, lejos de ser perfecta, resume el sentimiento que quiero expresar, el sentimiento que quiero ser.
Escribo, repito, y no me canso de repetir. Y si me canso de repetir es porque me cansé de escribir y hoy, más que nunca, no necesitamos personas cansadas.
El tiempo pasa, los renglones se acumulan y no encuentro respuesta de diccionario a las preguntas que abrieron este texto. Quizá esa sea mi forma de escribir (creo que es esa) En todo este tiempo acumulo más fracasos (producto de una vida improductiva, involuntaria y haragana) que victorias. Stop. Leo estas palabras. Quizá no se trate de victorias y derrotas. No, no es eso. Pero algo es; lo siento, me recorre las venas, pero no está saliendo. A lo mejor, dentro de diez, quince o treinta renglones, pueda encontrar la forma de decirlo. Sigo. Punto y aparte, mejor así.
Necesito, necesitamos escribir. Gente: escribamos. De la bohemia, los momentos de inspiración, la iluminación anual de nuestras vidas, no se hace mucho. Quizá, a algunos le funcione, pero creo que todo eso revela nuestro miedo a mostrarnos, a crecer, a ir más allá de dos cervezas, un cigarro y algunos garabatos en un papel. ¡Escribamos, mierda! Trabajemos, probemos, salgamos allá, adonde no todos tienen palabras para decir, donde casi nadie puede decir porque no nos dejan. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Una decepción, una tristeza, una susceptibilidad herida…, sí, todo eso y más; pero lo que hay que tener en claro es que le ponemos tanto, pero tanto corazón a lo que hacemos, que no queremos que la crítica (la tan mencionada y venerada crítica que esquivamos) nos diga “macho, creo que le pifiaste a la idea, pero laburala así o asá que va a ir bien”. ¡Mierda! ¡Cómo si fuera el fin del mundo! Arriesguémonos. Salgamos. Mostremos. Repartamos. Basta de llenar nuestros oídos con halagos; halagos que vienen del fondo del corazón de la gente que nos quiere, pero que no sirven para crecer. ¿Para qué escribimos? ¿Para quiénes escribimos? El dínamo tiene que girar, necesitamos hacerlo girar para que salga la luz. De otro modo no funciona. Trabajar, trabajar y trabajar. Si no le ponemos, pilas, huevos (u ovarios en su defecto) vamos a ser los mejores casi escritores del mundo. Todo se va a morir adentro de un baúl, de una carpeta o disquete. Este es el camino que elegimos; esto es lo que nos gusta; esto es lo que más nos gusta. ¿Lo hacemos bien? No lo sé. NO NOS CONSTA A NOSOTROS ESOS CALIFICATIVOS. PERO SI NO HACEMOS GANAN ELLOS. Y YO ESTOY PODRIDO DE ESTAR SIEMPRE DEL LADO DE LOS QUE PIERDEN. SE LAS DEMOS POR EL CULO. AGARREMOS LAS LAPICERAS Y DEJÉMONOS DE JODER.
Los quiero mucho compañeros. No voy a releer esto hasta el día en que se los lea. Creo que uno necesita estos momentos de descarga, donde fluye lo profundo. Espero que compartan estas ideas aquí escritas, todas las otras que no salieron y las miles que van a salir y que van a tener que soportar de mí. Prefiero no estar solo en esto.
Un abrazo: elgringo
miércoles, junio 11, 2008
13/06/82 - 08
PIZARRO 1170 (casi esquina Cacheuta) , Barrio: ALTOS DE VELEZ SARSFIELD.
yo que ustedes....... aprovecho.
Va a haber de todo.
domingo, mayo 25, 2008
Crónica Porteña
Una crónica, si se puede arriesgar el género.
En fin...
Buenos Aires te advierte que estás llegando. No por los carteles, las fronteras, las autopistas. De lejos el cielo se pone gris, el sol explota y el aire no se siente como el nombre lo dice. El cemento gana protagonismo en el paisaje y uno penetra en el corazón del país. Todas los caminos conducen a Roma; todas las venas llevan la sangre para el mismo lado, y la General Paz, aorta principal, bombea miles de autos a gran velocidad. Llegué a media mañana y me tomó un par de horas atravesar la ciudad y llegar hasta la Avenida Córdoba al 600, donde me hospedaba. Todo parece funcionar a un ritmo frenético, veloz, avasallante para un cordobés demasiado arraigado a su lugar. Después de registrarme en el hotel, intercambié comentarios con el conserje sobre el clima, el viaje y los cortes de ruta que no cortaron. Escuché mi voz al rebotar con la tonada porteña, y noté cómo mis vocales se estiraban a más no poder. Decidí salir a caminar para perder el tiempo en el que nada tenía por ganar. Busqué un bar para tomar un café, leer el diario y charlar con algún histórico mozo. Capital Federal conserva esa tradición de cortado en jarrito, cigarrillos fuertes, noticias comentadas de mesa en mesa, el matutino bajo el brazo y la certeza de que en el café se (re)construye constantemente la historia de la ciudad. Pienso en Arlt, vagando día y noche por esos lugares; retratando a los cotidianos. O en Scalabrini Ortiz observando en detalle a ese triste hombre de Corrientes y Esmeralda. Termino mi café y lo llamo al mozo con una seña; pago y me voy. Me quedan dos horas hasta mi próximo compromiso entonces sigo caminando por las calles buscando perderme para encontrarme en la esquina siguiente. El cielo se espesa y unas finas gotas empiezan a golpear primero los edificios, después el asfalto ardiente. Los vendedores ambulantes, rápidos para el negocio, empiezan a guardar las billeteras, los muñecos, los pares de media y los llaveros luminosos, y de la nada, cual si fueran magos, sacan paraguas. La llovizna se convierte en lluvia y compro un paraguas negro a diez pesos. Al principio me siento satisfecho por mi decisión ya que me protejo del agua y sigo caminando con cierta egoísta alegría al ver al resto de la gente apurando el paso. De la nada la lluvia cesa; miro para arriba y sonrío irónicamente. A los pocos minutos todo se pone gris, azul y después negro. El agua vuelve a caer sobre la ciudad con una violencia inesperada. Mi paraguas no resiste el viento y me meto en el palier de un edifico a esperar que termine el temporal. A mi lado hay dos mujeres mojadas, un hombre viejo, dos chicas fumando un pucho, un señor con un paraguas verde y un morocho que me llama la atención porque parece extranjero pero su tonada es bien porteña. Todos ahí, esperando un signo de piedad del cielo. En cinco minutos las calles se inundan, el tráfico se atasca, y la gente corre buscando refugio. Me apoyo contra la pared y observo todo el escenario como si fuera invisible en una ciudad llena de anónimos. No sé cuánto tiempo pasó pero la lluvia fue parando. El hombre del paraguas verde, el extranjero porteño y una de las que fumaba, nos abandonaron. Yo me quedé un rato más. Ya sabía de las traiciones climáticas. Cuando cesó el viento volví a confiar en mi protector de lluvia y salí a enfrentar a las gotas que aún seguían cayendo. Llegué a la esquina y ahí estaba, el porteño tirado en el piso, el del paraguas verde hablando por celular pidiendo una ambulancia, el taxi que lo embistió en el medio de la calle y un policía de la federal haciendo que hacía algo. Era el tercer accidente que veía en el día. Motociclistas y peatones eran, generalmente, las víctimas. Buenos Aires es todo ruido. Puteadas, gritos, bocinazos, sirenas, bombas de estruendo de los pocos de siempre reclamando la atención que nunca llega. Buenos Aires es todo gente. Los locales corren caminando y los extranjeros pasean maravillados por la locura cotidiana. Y todo es un barullo acostumbrado. Buenos Aires son las mujeres de la pequeña Europa. Caminan diez años adelante que el resto, moviendo el culo, con la cabeza gacha para controlar que su figura sigue en orden, presumiendo constantemente como si todos las estuviéramos viendo (y lo estamos) Las mujeres de Capital Federal son todas distintas, pero todas iguales; homogeneizadas por la moda: acá no se envejece. En Buenos Aires viven demasiados, y mueren demasiados. Los trenes y los subtes: toda una aventura para los que venimos de otros lados. Los colectivos silbando, los autos, los camiones, todos parecen tener vida propia y uno olvida que hay alguien detrás de los volantes. Buenos Aires escupe gente, mantiene ricos a los ricos, y agrega pobres a los pobres. Miro para los costados y todos siguen caminando. Resignado, me uno a ellos, y apuro el paso porque empiezo a sentir que llego tarde a todo.Las horas transcurren y lo único que me hace sonreír es la certeza de saber que mañana volveré a Córdoba, donde casi todos nos conocemos o estamos próximos a hacerlo.
lunes, mayo 19, 2008
Diálogo
- ¿Pudiste dormir algo?
- Casi nada, ¿vos?
- Tampoco.
- Aunque creo que soñé un poco.
- ¿Sí? ¿Qué soñaste?
- No sé, no me acuerdo.
- Entonces cómo sabés que soñaste.
- Porque lo siento, porque simplemente lo sé.
- Mirá vos.
- Sí.
- A lo mejor es sólo una sensación y en realidad no soñaste nada.
- Eso es una ridiculez. Uno siempre sueña algo solamente que a veces lo recuerda y la gran mayoría de las veces no.
- No sé. Yo no sueño nunca.
- No te creo.
- En serio; nunca sueño, o nunca me acuerdo de los sueños, si quisiera validar tu teoría.
- No es mi teoría, es la teoría de los psicólogos. Hay tipos que pasaron toda una vida investigando los sueños.
- ¿Y cómo hacían?
- No lo sé.
- No me resulta creíble.
- Vos no creés nada de lo que yo te digo. Vos nunca creés nada de lo que la gente te dice. Siempre querés tener la razón.
- ¡Eso no es cierto!
- Sí, es cierto. Cien por ciento cierto.
- ¡No te lo permito!
- No hace falta que me permitas nada, te lo digo y te lo digo.
- Bueno, estoy en desacuerdo con tu apreciación. Yo soy una persona abierta que siempre…
- … lo mismo me hiciste con el tema del mate amargo y…
- … ¡vos siempre me interrumpís! Como ahora, sos un irrespetuoso. Y lo del mate amargo…, ¡qué querés que te diga! No me gusta el mate amargo. Por ahí me calenté un poco, te pido disculpas si te ofendí o si ofendí a tu pequeña tribu de tomadores de mate amargo.
- …
- Era un chiste, no te enojes.
- Sí, sí, seguí haciendo chistes vos.
- Che, y volviendo a lo de recién, ¿cómo me dijiste que hacían los tipos estos para analizar los sueños de la gente?
- La verdad que no lo sé. Pero deben haber laburado como negros ¿no? Décadas y décadas de investigaciones.
- Sí, me imagino…
- Sí…
- Che…
- ¿Qué?
- Tengo hambre.
- Yo también.
- …
- No nos vamos más de acá.
- Parece que no.
- O sí, no sé.
- Puede ser.
- Che, me gusta la chica esa.
- ¿Cuál?
- La piba, la que está leyendo el libro de tapas azules.
- Es linda.
- Sí, muy linda.
- Bueno, para tanto…
- ¡Vos estás loco! Esa chica es hermosa.
- Lo que pasa es que vos te enamorás de la primera que pasa. A vos te gustan todas. Todos los lunes me venís con que conociste al amor de tu vida, ¿y después? ¿qué? No pasa nada.
- Yo soy un romántico y eso no lo podés entender; mucho menos alguien como vos: un a-m-a-r-g-o. Sos un amargo tomador de mates dulces ¿qué parece?
- Me parece que vos sos un farsante y que todas esas cosas que vos decís son ridiculeces que no existen.
- ¿Por qué decís eso?
- Porque creo que es así.
- Para mí estás totalmente equivocado, hermano.
- ¿Sí?
- Sí. Y te digo más, creo, también, que en algún punto te estás mintiendo.
- A ver…
- Te mentís porque no querés arriesgarte a la posibilidad de encontrar algo tan bello, tan lindo, algo soñado, por el miedo a perderlo. Es típico. Todos vivimos la vida llevando ese miedo como una mochila pesada.
- Es cierto que estamos llenos de miedo. Estamos hasta acá de tanto dudar y dudar, pero yo creo firmemente que el romance es sólo un momento, una etapa pasajera que no vale por sí misma sino como un medio para llegar a. Sería casi como una actuación, como una obra que se despliega, que se representa en un momento dado para conseguir eso que ambos buscan.
- ¿Y qué es eso que ambos buscan?
- El sexo, por supuesto.
- Estás hablando boludeces.
- Y vos te comiste la pastilla del amor y no me querés reconocer que tengo razón.
- Es verdad, no quiero reconocer que tenés razón y tampoco pienso que la tengas. ¡Cómo me vas a decir que no existe el romance! Es una reverenda estupidez. El romance, lo romántico, el momento en el que dura todo ese aire, esa conexión, tiene una existencia por sí mismo. No es un medio para, como decís vos. Es algo, existe, es una totalidad.
- Creo que es todo un gran mito. Una de las tantas mentiras del llamado Amor.
- ¿En serio me decís eso?
- Sí.
- A ver, para aclarar un poco el panorama ¿creés en el amor? ¿Creés que existe, creés que dos personas se pueden enamorar?
- Y…, sí. Sería un mentiroso, o una piedra si te dijera que no creo en la posibilidad del amor.
- Bueno, ahí nos vamos entendiendo. Lo que yo te quiero decir es que creo en el romance, en lo platónico, en el, y no te rías, amor a primera vista. Sí, la frase es muy cursi, pero sí creo en que puede haber una mujer a miles de kilómetros de acá que puede encajar conmigo, como una pieza de rompecabezas y que…
- ¿Te salió el Neruda de adentro a vos?
- No te me burlés, pelotudo. Te estoy hablando abiertamente y me venís a gastar. Andá a cagar.
- No, eu, no te me enojés…
- En serio, sos un boludo, si querés seguimos discutiendo sobre fútbol porque con vos no se puede hablar de otra cosa.
- Perdón, che, era una broma. Seguime contando, dale. No nos vamos a pelear ahora ¿no? Te pido perdón de vuelta. Entendé que hace mil horas que estamos acá y bueno los ánimos y la paciencia se quiebran un poco ¿no?
- …tenés razón.
- ¿Todo bien entonces? ¿Vas a seguir contándome?
- Sí, todo bien. ¿Por dónde iba? Ya me cagué olvidando.
- Eeeh, no sé. Algo del amor a primera vista.
- Ah, cierto. Bueno, sí, eso, que creo en el amor a primera vista. A ver, no tan así. Desearía encontrar otra palabra para explicarlo mejor. Creo en las posibilidades ¿me entendés? En la posibilidad de toparme con alguien desconocido y que de ese encuentro se genere una gran explosión. Una relación, que no importa el tiempo que dure; puede ser una noche, unas cuantas horas, dos días o una semana. Pero cuando uno conoce una persona que lo vuelve loco, una mina que te vuelve loco el mundo se te amplía y se abre paso a algo nuevo, algo único.
- ¿Y eso te pasó alguna vez, cruzarte con una mina desconocida y sentir todo eso?
- Bueno, no, pero es algo a lo que no cierro mi cabeza. Creo que me puede suceder en algún momento. No reniego de esa posibilidad.
- El problema está, creo yo, si me permitís opinar, en que nunca vas a encontrar eso si lo andás buscando ¿me explico? Creo que esos “momentos”, como vos decís, llegan solos y que uno sólo se percata de ellos cuando ya se encuentra adentro ¿entendés? Si vos estás con las antenas paradas tratando de que te pase eso que vos querés, probablemente nunca te va a pasar. Si intentas predecir eso generás un montón de expectativas que ante el primer desencuentro se cae todo. Es como un castillo de naipes. Hermoso, pero ante la más pequeña de las brisas ¡puf! Se va todo al diablo.
- Realmente me sorprende tu capacidad de expresarte. No te tenía así.
- Ja, gracias…
- Quiero que sigamos esta charla, pero me vas a tener que aguantar porque me estoy re meando.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Haceme campana…
domingo, mayo 04, 2008
Camisas (mejor si están desprendidas)
La camisa es un símbolo de la vida de los hombres argentinos. ¿Qué hay en esa panza al aire qué tanto me llama la atención? Sin ánimo de meterme en el tema de las modas, puedo afirmar que la camisa rompió todas las barreras del tiempo y se instaló en el cultura de de los hombres de este país. La camisa del chofer del colectivo. La azul, toda transpirada por los 40 grados de sensación térmica dentro de ese ruidoso colectivo. La camisa blanca de los heladeros. Esos si que trabajaban. En plena siesta, arriba de una bicicleta y meta el grito de “heeeeeeeeeeeeeeelaadoooo, heeeeeladooooooooooo- Palito bombón heladoooooooooou” Y todos los que podíamos escaparnos y robar alguna que otra moneda de las livianas billeteras, disfrutábamos de ese helado de chocolate y crema o del helado de agua, que de tan frío que estaba a veces se te pegaba en la lengua. Las camisas metidas adentro del pantalón de los sindicalistas; los “gordos”. Los pesados (literal y metafóricamente) de la política argentina. “Con esos no se jode”, “con los de camisa a cuadros, no.” Las camisas de Perón. Sentado el viejo en una reposera, opinando desde Puerta de Hierro, sobre el futuro del país, y manejando las masas sin necesidad de estar en el balcón. Las camisas naranjas de los naranjitas de Córdoba o de los “atrapa taxis”, que se pasan todo el día laburando. Las excéntricas camisas de “La Mona”. Todas de colores, siempre las mismas. A la mona no le importa una mierda la moda, y está bien. Hace veinte años que se viste igual. Y le queda bien. Las camisas de los uniformes escolares. Las odié mucho, pero después me di cuenta que era mejor así. Uno ya sabía lo que se iba a poner en toda la semana. Camisa blanca o celeste, y a otra cosa. El camionero con su camisa desprendida. Con una panza que crece día a día. Con la etiqueta de puchos en el bolsillo superior izquierdo. Los mozos de los viejos bares de Córdoba con sus camisas con bolsillos a los costados para guardar la libretita.
Y están las otras, las que no son consideradas camisas (quizás en otra lengua si lo sean) Las chaquetas verdes de Fidel Castro, de Chávez, del Che. El overol de Agustín Tosco. Mucho más que un simple mameluco de trabajo. Los guardapolvos (camisas largas) de las maestras, de mis maestras. El de mi señorita Mercedes, la de primer grado “C”, que tanto me enseñó. Los guardapolvos de los médicos de los tristes hospitales públicos. Uniforme siempre blanco al servicio de quién lo necesite.
Las camisas de mi abuelo. La blanca, Pierre Cardin que se trajo de uno de sus viajes. Esa que tanto me gusta y que usé y sigo usando a pesar de sus veinticinco años de antigüedad. Las camisas de mi viejo, las que tanto vergüenza me daban. No por la ropa en si, sino porque el tipo caía a buscarme a la casa de mis amigos con sus chancletas azules Adidas, su malla amarilla y su camisa manga cortas a cuadros siempre desprendida. Siempre dejando en libertad su enorme panza. Su panza peluda. Su panza fea. Y ahora me doy cuenta que todo eso era una enorme estupidez. Que no tenía nada de que avergonzarme. Que está bien. Que la camisa es la mejor vestimenta. Que en verano el aire circula con total libertad por tu cuerpo. Que en invierno hay lindas camisas gruesas para usar. Que hoy hace calor y estoy en calzoncillos y tengo puesta una camisa; una camisa a mangas cortas, desprendida, dejando mostrar una panza que no es grande pero promete serlo.
lunes, abril 28, 2008
Feliz cumple, vieja.
Espero sepan entender el amor que mueve en un hijo la existencia de una madre.
Acá va...
¿Me querés? –pregunta la vieja.
¡Por Dios! Yo no sé si esas ridiculeces se le ocurren ahora, que los años se empiezan a notar en el espejo de sus hijos. Mi mamá tiene esas cosas. Con una pregunta directa, de obvia respuesta, trata de lograr una expresión en mí, un gesto que tape mis dos décadas y media de silencios, mutismos, esporádicos gestos. Stop. Corrijo. Suponiendo que aprendí a hablar a los…, no sé, ¿dos? ¿tres años? (¿cuándo fue, mamá? Vos seguro que sabés) Y que mis primeras palabras no deben haber sido demasiado razonadas. Bueno, cierro en una década y media. Prosigo.
¿Me querés? –pregunta la vieja.
Lo que pasa, mamá, es que yo no funciono así. Ni siquiera sé muy bien cómo carajo funciono. Sé que tu pregunta esconde el deseo que yo venga, de la nada, y te diga que te quiero mucho, y vos me vas a preguntar “¿hasta dónde?”, hasta el cielo, mamá; como cuando era chico ¿te acordás? Siempre me decías que era un chico muy cariñoso con la gente y que de un momento a otro dejé de serlo. ¿Por qué pasó eso, mami? Vos me conocés de arriba abajo, de izquierda a derecha. Y a veces nos separa un mar, o un arroyito que parece minúsculo pero imposible de cruzar. Vieja, te quiero hasta el cielo. “¿Hasta dónde?”, le preguntás a ese rubio flaquito que soy yo hace muchos años. Hasta el cielo. “¿Hasta el cielo nomás?” Bueno, hasta las estrellas. Y mucho más. Lo sabés. Pero querés que te lo diga.
¿Me querés? –pregunta mi mamá.
Me hacías la leche en el jarrito de loza azul, ese que era chiquitito y que alcanzaba para dos tazas nomás. ¿Te acordás? A mí me gustaba la taza amarilla, y a la Luciana también. Y vos nos arreglaste a los dos y conseguiste que cada uno tuviera una amarilla. Y fin del asunto. Ojalá. Después quería la verde. Y de vuelta a recuperar la verde. Me curaste las rodillas mil veces. Esa bici roja me acompañó hasta el final de mi infancia, y vos también, y mucho más. Los años pasan. Y no te das cuenta que de un día para el otro tus hijos, el fruto del amor, tienen que volar, hacer sus vidas. Y las cosas, vieja, no van a ser como vos querías, porque ahora decidimos nosotros ¿entendés? Pero creeme, mami, que ponemos todo para que vos estés orgullosa de nosotros. Porque nos pone feliz verte sonreír. Porque tu felicidad es nuestra vida. Y vos sos mi orgullo porque sos mi mamá, mi vieja.
¿Me querés? –pregunta la gorda.
Y todavía no entiendo, hoy que han pasado años de ese apodo, que te siga molestando tanto. ¿No ves que te lo decimos, en parte, por cariño, y en otra porque nos encanta hacerte enojar? ¡Es que es tan fácil! Y a vos gritar no te cuesta mucho. Pero no te preocupes porque para mí siempre vas a ser mamá, mami, o má. Y esas dos letras bastan nomás para que vos vengas corriendo a mi socorro cuando vuelo de fiebre y me caigo al piso porque deliraba con la temperatura ¿Te acordás, vieja? Maaaaaaaa, gritaba desde la pieza, quiero esto, aquello, y eso otro; y vos dejás todo para que yo tenga una sonrisa en mi cara, para que yo no me enoje, porque a vos te brillan los ojos cuando yo estoy feliz, lo sé, lo veo, lo siento. Y hoy, todavía, a pesar de que ya soy grandote de cuerpo, pero niño en tantas cosas, seguís detrás de mí, en silencio, tratando de no decirme lo que tenés ganas de decirme porque yo, al igual que antes, me enojo. Y a veces parece que mis momentos de felicidad se agotan y que no tengo nada para darte. Con una sonrisa vos estás hecha y yo tantas veces ni siquiera puedo dártela. Y a vos no te importa porque a pesar de todo, vos estás orgullosa de mí, de tus hijos. Y sé que quisieras que fuéramos el uno para el otro pero antes de eso tenemos que ser el uno para el uno y superar tantas cosas, tantos silencios.
¿Me querés? –pregunta la mami.
Me enseñaste a cruzar la calle, a sumar y a restar, a comer helado, a rezar, a atender el teléfono, a sonreír, a ser lo que soy, a andar en bicicleta, a no faltar el respeto, a comer con la boca cerrada, a no limpiarme la boca con el mantel, a no eructar en la mesa, a leer y escribir, a soñar y miles de cosas más que no me alcanzarían las palabras para nombrar. Muchas las lograste a pesar de que siga eructando y que vos me grites. Mami: me enseñaste a ser lo que soy. Sos mi vida. Con mis fallas, mis defectos, y las virtudes que tengo y que tantas veces niego, por miedo, por timidez, soy esto que ves. Mi corazón tiene mucho que ver con el tuyo. ¿Entendés? Y vos me preguntás si te quiero… y me doy cuenta que tendría que decirlo más seguido.
¿Me querés? –pregunta la mamá.
Y a esa pregunta desesperada que me tirás muchas veces las respondo con frialdad. Perdón. De vuelta, perdón. Mamá, por supuesto que te quiero. Hoy más que nunca. Hoy que ando a los tumbos por mis días. Hoy que ya no compartimos el mismo techo. Hoy que lloro, en parte por dolor, y en parte por felicidad, por saber que también puedo amar, que no soy una piedra, como en algún momento pensé. Estas lágrimas, las mías, y las tuyas, son el reflejo de todo lo que siento, lo que sentimos. Si vos no estuvieras yo no sé que haría. No quiero ni pensarlo. Te quiero tanto, tanto, tanto. Feliz día mamá. Hoy, y mañana, y pasado. Todos los días de tu vida, que es la mía.
¿Me querés?
Sí, mami, hasta el cielo. Y si me olvido de decirlo nunca dejes de preguntarme.
Feliz Día de la Madre.
lunes, abril 21, 2008
Maullando por ahí
Nunca fui muy amigo de los gatos. Desde chico me gustaron los perros, los perros grandes, amigotes, siempre dispuestos a jugar.
Hasta que un día apareció "mancha", y la hija de puta se metió en el corazón de todos los que vivimos en casa. Se hizo amiga de la "negra poli", nuestra perra y tenía entrada libre en el hogar.
Tristemente tuve que presenciar el paso del puto colectivo... y se la llevó.
A ella, este pequeño homenaje. La más grossa, y la más linda gata que tuve.
Seguí maullando por ahí...
Era bien linda la guacha
viernes, abril 04, 2008
Ruidos cotidianos
- Ruidos de autos (motores, bocinas, frenadas, etc)
- Los frenos de las bicis mojados.
- Ladridos de perros (ha sido progresivo. Con el paso de los años me molestan más y más los perros que ladran a todo y a nada. Pero creo que lo que me violenta son los pelotudos de los dueños)
- Los gatos cogiendo (hacen ruidos como llanto de bebé... no está bueno eso) (y siempre de noche)
- Los bebés/niños llorando (yo sé que a veces pueden ser tiernos, pero esos llantos incomprensibles, o esos gritos sin lágrimas..., me superan, y a veces me irritan)
- Una canilla goteando (¡¡¡callateeeee!!!)
- Unanimidad: el despertador (pi-pi-piiiiii.... pi-pi-piiiii.... ¡aaaaaaaaaaaaah! ¡callate!)
- Las madres gritando
- Chirridos: la tiza en el pizarrón, un tenedor contra un plato, etc. (destruyen los dientes)
- Los caños de escape de mierda de las motos (encima están de moda...)
- Las impresoras viejas, esas que estaban antes en todas las oficinas (chiiiiic, chiiiiiiic, creo que se llaman impresoras con cinta de tinta)
- El torno del dentista (HIJO DE PUTA)
- Tus viejos cogiendo en la pieza de al lado.
uuuuuuuuuuuuuuuuh, hay como pa tirar manteca al techo.
Espero los suyos (estos son más jodidos que los anteriores)
jueves, marzo 27, 2008
Apuntes sobre la ausencia
me queman las manos un viento de sal
Y hacheros de la memoria me talan la gloria de verte llegar.
Viento que sopla en la siesta
prepara su fiesta la ausencia al pasar
donde altares de olvido me sirven el vino de la soledad.
Me robaran la mirada los pájaros tiernos que amasan el altar.
Y en los retazos del alma será una guirnalda tu risa frutal.
Cuando regrese en silencio mi aliento en tu cuerpo será un animal
que a orillas de la ternura descubre la altura de tu libertad.
Voy enhebrando distancias, siguiendo esperanzas, cuerpeando el dolor
Asombrando la tristeza con pura tibieza de mi corazón
y al golpe de la nostalgia le quiebro la gracia cuando pienso en vos
y arrimo un trago al destino, le muestro el camino y después me voy
y arrimo un trago al destino, le muestro el camino y después me voy.
Me robaran la mirada los pájaros tiernos que amasan el altar.
Y en los retazos del alma será una guirnalda tu risa frutal.
Cuando regrese en silencio mi viento en tu cuerpo será un animal
que a orillas de la ternura descubre la altura de tu libertad.
Hermosa canción (si no me equivoco una zamba) de Luna Monti (o por lo menos yo la escuché por ella) Si supiera cómo, pondría el tema para escucharlo; pero eso es para los que saben mucho y no para los que tienen un discreto blog. Disfruten, y si pueden consigan el tema porque es muy muy lindo.
Abrazo.
domingo, marzo 23, 2008
martes, marzo 18, 2008
Músicas cotidianas
- El agua (las olas del mar, y el fluir en libertad de los ríos)
- Los sapos antes de llover.
- El motor de los Citroën viejos.
- Las espadas de los Jedis. (Luke, Darth Vader, y los otros muchachos)
- El papel de regalo al romperse
- Los cierres "relámpago" de las carpas (son increíbles)
- Un tiro en el palo (a veces decepcionante, otras veces milagroso, otras veces esperanzador)
- Las baquetas antes de empezar un tema
- Las reversas de los autos
- Pisar las ojas secas en otoño
- La rasuradora de pelo pasando cerca de la oreja
- La música de Gativideo (el que no se acuerda que le saque el polvillo a algún VHS)
- Los globitos que protejen las cosas frágiles (hay algo de placer extraño en eso)
- Un GOL (con todas sus músicas..., y las sensaciones que les produce a c/u de nosotros)
siempre hay más...
domingo, febrero 24, 2008
Reflexión con delay
14 de febrero: ¿Colonizados, pelotudos o enamorados?
(¿O un poco de cada cosa?)
Creo que es un poco de cada cosa. Aunque mi sorete interno sienta que son todos unos imbéciles, cuando puedo pensar con la cabeza en frío (dentro de ciertos límites) puedo llegar a conceder algunas opciones.
Qué se yo qué mierda es el 14 de febrero. Algo de San Valentín. Primero: yo no festejo santos (hago uso de ellos y de sus católicos feriados: semana santa, navidad, etc.) Segundo: ¡quién es ese tal san Valentín! Claro que ahora va a venir algún zarpado que sepa exactamente toda la vida y obra de este fulano. Bueno, se la morfan, porque estoy yendo ahorita mismo a buscar la enciclopedia Salvat (porque yo todavía leo y se la doy a Google por el culo: “¡buscador muerto, no existís!”)
(5 minutos después) Evidentemente la enciclopedia no contiene información inútil. No encontré nada ni en la lista de santos, ni en este tal Valentín, ni en ninguna otra palabra clave. Igual, no viene al caso. Ya me ayudará mi amigo sabelotodos; ese que tiene (como se dice) “cultura general”, que para mí no es que un enorme acervo de pelotudeces.
La cosa es que en este día que pasó (14/02) se “festeja” el día de los enamorados. A mi me parece que es (siguiendo el vocabulario popular) un “invento yanqui”. De un día para el otro se llenó de imbéciles que celebraban ese día con sus parejas. Lo peor de todo es que esa celebración implica gasto (o malgasto) de dinero. Merchandaising de color rojo o rosa. Flores y claveles. Corazones por todos lados, flechitas de amor que vuelan de un lado para el otro. Eso sí, los fabricantes de bombones y chocolates están chochos. Se deben vender un millón bonobon ese día. Creo que es eso lo que me irrita, la capacidad que tienen para venderles estupideces a todos (nótese la conjugación del verbo; queda claro que no me hago cargo de este día. A mi no me lo venden. Soy, lo que se dice, un superado en esta materia) Meten un “día de los enamorados” de prepo, de la noche a la mañana y fiesta consumista para todos.
Ahora, bien, seguro que alguno pensará: “y bueno, macho, todos los días festivos fueron inventados.” Sí, todo bien, pero hay algunos que son una vergüenza. Lo de Hallowen, o noche de brujas, ¡por Dios, es el colmo! Tampoco me voy a los extremos (no soy tan trosco) de cuestionar el día del amigo: 20 de julio, un tipo pisa la luna (o una escenografía bastante parecida) y ¡pam!, nace el día del amigo. Fue hace como cuatro décadas. Mi lucha abarca dos y media.
En fin, esos son algunos argumentos que podrían servir para dar respuesta a los que piensan que somos unos estúpidos colonizados (casi siempre por los yanquis) (noten que ahí sí me incluyo: la coca cola es lo más)
Y bueno, va de la mano con casi todo lo anterior. Es como que no puedo entender como una persona puede tener tan poco cabeza para prenderse en semejantes giladas. Maestro/a: si querés a tu pareja, o si estás enamorado, no necesitás comprar nada (mucho menos en el ahora odiado 14 de febrero) ¡Vamos, che, un poco de sentido común! Los mejores gestos de amor son aquellos que vienen cuando uno menos los espera. Son un “cross a la mandíbula” (gracias Arlt por la frase) de cualquier persona. Es por eso que pelotudos o colonizados, en este caso, son casi la misma cosa.
Todo esto me ha removido muchas cosas. Yo también iría corriendo a abrazar a la chica que me gusta, sólo que ella parece no saber quién soy. Además, está el tema de la edad. Y en esta sociedad esas son cosas un poco difíciles. La chica (que algunos ridículos llaman “señora”) es una persona conocida en el ambiente televisivo y cinematográfico. Es obvio que todos ya lo sospechan, y seguro que ya saben de quién estoy hablando porque es la más linda de todas: MERCEDES MORÁN SI LEÉS ESTO POR FAVOR DAME UNA OPORTUNIDAD. No quiero que ningún imbécil juzgue mis sentimientos hacia este pedazo de mujer. Sólo sé que merezco una chance (como todos)
Imagino que con tremendo despliegue teórico y literario, Mercedes se dará de cuenta de lo interesante que soy como persona. Por si acaso, mi número es (0351) 461-2975. Si no estoy por favor dejá un mensaje y yo me comunico con vos en la brevedad. No sé si estás casada, o en situación de pareja. No quisiera provocarte un malestar, Mercedes. Espero tu llamado.
Al resto (los lectores que continúan aquí): miren a sus parejas a los ojos e intenten decirles cosas lindas de la forma que sea. Yo sólo sé que no hay nada más lindo que los ojos de una mujer enamorada. Y eso es algo que no se olvida jamás (lamentablemente)
Hasta la próxima.
viernes, febrero 22, 2008
Aguanten un cacho
Por último les digo a todos que este sábado 23, a las 17:10 se reeditará este viejo y desparejo clásico entre BELGRANO e Instituto. Unos luchan por el ascenso y los otros, bueno, por seguir ahí. Que gane el mejor o el que meta más hinchas en la cancha. Ah, cierto..., bueno. Que gane Belgrano así estoy mejor de humor,............de lo contrario estaré más insoportable que de costumbre.
Ya se viene el posteo. Les adelanto el tema: 14 de febrero.
Abrazo de gol:
ió
lunes, febrero 04, 2008
Chantada
1) ¿Quién va a ser el campeón en 1ra?
2) ¿Quién va a ascender segundo detrás del poderoso Belgrano?
3) ¿Por qué no sale el hipopótamo en los palitos de la selva?
4) ¿Quiénes se acuerdan las sumas, restas, etc, de fracciones? (posta, no mientan)
5) Nombrar por lo menos 2 jugadores que hayan jugado en Boca, River, Indep'te.
6) Nombrar por lo menos 2 jugadores que hayan judado en Belg, Taller, Iaac.
Listo, tienen para hacer pan dulce. Y como somos todos cordobeses...
domingo, enero 27, 2008
Pedacitos no más...
Marcos saboreaba, quizá, el último pucho de su vida. Las indicaciones del doctor habían sonado más a amenaza que a consejo. Quería seguir viviendo, por lo menos unos años más, por sus hijos, su mujer. Fumó hasta las últimas consecuencias, hasta el último gramo de tabaco. Apagó la colilla contra la pared y la tiró con un tincazo al basurero. Ahora empezaba lo jodido.
Las primeras horas de ese martes transcurrieron en tranquilidad. La nicotina todavía no ejercía su efecto adictivo sobre la mente y el cuerpo de Marcos. Trabajó seis horas, almorzó, bebió dos tazas de café, deambuló por las mismas calles y luego tomó el 54 para volver a casa. No hubo cigarrillo después de comer, ni durante el café, ni en las plazas, ni en la espera eterna del colectivo. Al llegar a su casa notó algo extraño...
jueves, enero 24, 2008
Volver (con la frente...)
A ver....top 3 de años impares de mierda:
1-1955 (obvio)
2-2001 (mucho bardo)
3-2007 (personalmente una garcha)
................
Acabo de darme cuenta que los años pares tienen muchos hechos desagradables: los mundiales se juegan en años pares (últimamente ya sabemos cómo nos va); los golpes de estado fueron (generalmente) en años pares (1930, 1962, 1966, 1976) Malvinas: 1982. Los descensos de Belgrano (1996, 2002, 2006)
Bueno, espero que todo vaya mejor...
Ya postearé algo que valga la pena leer.
martes, enero 01, 2008
Me voy de la ciudad. Acá van las últimas 3
El árbitro-juez pegó un silbido y arrancó el juego. Los primeros instantes se dieron como yo lo predije. Nosotros atacando y teniendo posesión del balón y de la cancha, y Arsenal metido en el arco, colgado del travesaño (porque a esa altura, ya habían dejado de ser “los de camisa blanca” o “los del Monse”. Ahora eran Arsenal) Conseguimos el uno a cero rápidamente, luego de que el de la cubana rematara violentamente al arco, y bajara de un solo saque a dos que se habían colgado del travesaño. El rebote le quedó al de alpargatas y la mandó adentro. Yo me comía las uñas que no tenía y, de tanto en tanto, lo miraba a Burruchaga para ver los gestos. Y el tipo nada. Tranquilo como un rey. Como si fuera un técnico campeón del mundo. Como si hubiera ganado la Copa Intercontinental hacía dos años. Pensar en todo eso me dio tanta bronca, que me mordí los labios muy fuerte y me empezaron a sangrar.
La cosa se puso peor cuando nos empataron. Y ahí nomás nos metieron otro. Ambos de pelota parada. Yo estaba al lado de la línea y los arengaba constantemente. Me di vuelta y le pregunté a los que estaban atrás mío si alguno tenía hora, pero nadie me respondió. Pies descalzos metió el dos a dos de cabeza y el tres a dos lo convirtió con un certero remate con su rodilla izquierda.
El sol empezó a esconderse. El partido iba seis a seis y no nos daba respiro. El árbitro-juez silbó y dijo que era momento del entretiempo. El gordo sudaba bulucas y parecía que se iba a desmayar. Sacó el celular y le ordenó a su secretaria que le trajera una gaseosa y otro choripan.
De la Sota y Juez, entre tanto, no paraban de hacer campaña. Ambos querían asegurarse de quedar bien con el que ganara el partido. El Gobernador se acercó a los de Arsenal y les prometió que iba a mover cielo y tierra para rebajar las tarifas de los celulares y que iba a contratar más policías para erradicar la inseguridad en Córdoba. También habló de arancelar la Universidad y de privatizar EPEC y agregó que iba a hacer lo posible por legalizar las prácticas sectarias del G.A.R.C.A. (Grupo Aristocrático Racista Cristiano Argentino). Juez se acercó hacia donde estábamos nosotros y nos dijo que les rompiéramos el orto a estos chetos culeados y que iba a lograr la autorización para realizar bailes de cuarteto los días miércoles y jueves. Luego se acercó De la Sota y prometió más planes trabajar y más viviendas. Juez, en tanto, fue a hablar con los de Arsenal y les dijo que los del otro equipo eran todos bolivianos e hinchas de Belgrano. Prometió, a cambio de votos, colectivos con aire acondicionado y la segunda bandeja en el Chateau Carreras.
El Presidente Kirchner tampoco se perdió la oportunidad de hacer cartel. Desde una pantalla gigante colocada detrás de uno de los arcos, felicitó a los dos equipos. Habló de las verdades del Justicialismo, de la patria, de que Perón estaría orgulloso y de que si Evita viviera sería como Cristina. Dijo que el Fondo Monetario Internacional no lo intimidaba y que necesitaba el apoyo de todos los argentinos y argentinas para derrotar al imperialismo que no se qué y que no le iban a ganar y otras cosas más. La gente le dejó de prestar atención a la pantalla y se metió de vuelta en el partido. El gordo, ahora más descansado, volvió a silbar y la pelota se puso en movimiento. Los cagábamos a pelotazos pero no podíamos romper la barrera de seis hombres que Burruchaga había parado en la línea del arco. Kirchner seguía hablando pero nadie le daba pelota y alguien agarró el control remoto y le bajó el volumen a la pantalla. Mejor así.
El partido estaba nueve a ocho a favor nuestro. El sol ya casi no iluminaba y se instalaron dos torres de iluminación para continuar el partido. Esto era más que un partido. Yo caminaba nervioso y me fumaba el penúltimo pucho de la etiqueta que me había comprado el pocho, hace no se cuantas horas atrás. Parecía que lo ganábamos, pero alguno de los fallos del árbitro no me dejaban tranquilos. El gordo venía bien, pero sospeché algo raro cuando el cuatro de Arsenal le pegó una patada voladora a uno de mis jugadores y el obeso solo se limitó a decir “siga, siga.” Después nos cobró un penal en contra cuando le pegaron un pelotazo en la cabeza al del tatuaje de La mona. El pibe se desmayó y cuando estaba cayendo al piso, la pelota le rozó la mano. El gordo silbó fuerte y decretó la pena máxima. Yo salí corriendo a increparlo y la policía se metió a la cancha para proteger al árbitro-juez. Los familiares también invadieron y por unos instantes todo fue un caos. Los canas aprovecharon para llevarse presos a muchos de nuestra hinchada. A mi me pegaron un palo en la cabeza y me mandaron de vuelta a mi lugar. Pocho (que era mi ayudante de campo) me dio una botella de agua y me consoló diciendo que las injusticias se repetían a toda escala. Como era de esperarse, el penal fue ejecutado brillantemente. A lo Burruchaga. A lo Arsenal de Sarandí. El partido estaba nueve a nueve.
Pusimos la pelota en el medio y volvimos a intentarlo. Dos tiros en los palos nos ahogaron el grito de victoria. Ellos también tuvieron las suyas con dos tiros libres que inventó el gordo y que pasaron muy cerca. Ya se estaba haciendo de noche y la gente empezó a perder interés en el partido. Los pibes seguían jugando, pero la pelota no quería entrar. La gente de T y C se acercó a hablar con el juez. Estuvieron algunos segundos o minutos, no lo sé, deliberando. El gordo dijo que, ante la falta del décimo gol, el equipo que pegue dos tiros en los palos, sería el ganador. Los del canal porteño perdían rating y eso les preocupaba.
El juego siguió pero ya casi no había llegadas a los arcos. Las piernas no daban más. Encima se me habían agotado los cambios. La luna se hizo presente. Los que ya se habían ido eran el Gobernador de la Sota y el Intendente Luis Juez. Yo no los vi, pero algunos dicen que se fueron los dos juntos y que entraron a un bar a tomar Fernet con Coca. La presión de T y C era enrome y esto obligó al gordo a determinar que el partido se resolvería con tiros desde el punto del penal. Eso fue un alivio porque mi equipo estaba demasiado cansado.
Se acercaron todos con caras transpiradas y con piernas lastimadas. Yo pregunté quiénes se tenían confianza para patear y fui anotando en un papel a todos los que levantaban las manos.
10
Kirchner seguía hablando. En la plaza quedaban algo así como cien personas. Una docena de policías se juntaron alrededor del carrito de choripanes y aumentaron su gordura. De los canales de aire, sólo quedaban los de Canal 10 que todavía estaban esperando que les trajeran un casete virgen y una batería nueva. Los del “canal número uno de deportes en la Argentina” se resistían a irse. Querían aprovechar al máximo las horas de transmisión en vivo.
Empezamos tirando nosotros. El de alpargatas le pegó fuerte y la clavó al ángulo. El siete de ellos, toque y a la red. El de cubana, puntín al medio y gol. El diez de arsenal, amague para un lado, arquero para el otro y dos a dos. Así se sucedieron. Pateamos no se cuántos penales y ninguno de los dos equipos podía sacar ventaja. Metía el gol uno y el otro también. Atajaba nuestro arquero uno y después pies descalzos la mandaba a la mierda. Pateamos y pateamos.
Burruchaga alegó que su contrato terminaba cuando saliera la luna y se las tomó. Yo le grité que era un cagón y sentí que había ganado una pequeña disputa personal. El gordo también se fue y nos dejó librado a la suerte. Cómo no podíamos definir el partido, empezamos a patear los que estábamos afuera. Los padres, los vecinos, pocho, yo, todos. Así y todo, no había caso. Parecía como si el destino quisiera un empate.
Las nubes cubrían el cielo de la ciudad de Córdoba. Se habían llevado la pantalla gigante, pero algunos aseguran de que Kirchner seguía hablando. Las torres de iluminación se apagaron y sólo la luna alumbraba la cancha. Cuando me di cuenta, me encontré pateándole un penal a pocho. A media carrera me frené y miré para los costados. “Che, pero acá no queda nadie”, le dije. Pocho se encogió de hombros y me preguntó si iba a patear o qué. Volví a tomar carrera y se la puse abajo, en la ratonera, donde los arqueros nunca pueden llegar. “En mi barrio jugaba de cinco”, le conté. El me dijo que no jugaba mucho al fútbol por un problema de asma, pero que nunca se perdía de ir a ver un partido en al villa. Nos quedamos charlando un largo rato.
En la plaza no quedaba un alma y la ciudad parecía que había vuelto a su ritmo normal. Pocho se despidió y me dijo que nos veríamos pronto. Que Córdoba es un pueblo grande, que uno siempre se vuelve a cruzar por las calles de la docta. Lo saludé y le di mi último cigarrillo. Se lo puso en la oreja y se fue caminando, lentamente, hasta que lo perdí de vista en la noche cerrada.
Me sentí solo y no entendía muy bien todo lo que había ocurrido. Necesitaba descansar y pensar en todo esto. Divisé un banco de la plaza. Me desabroché la camisa y quedé en cuero. Me saqué los zapatos, las medias y me arremangué los pantalones. Cerré los ojos y creo que me dormí.
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El sol me despertó. Abrí los ojos y vi a unos pibes que estaban organizando un partido de fútbol en la plaza. Miré la hora: dos de la tarde. Me levanté y prendí un pucho. “Esto yo ya lo vi”, dije en voz baja. Y me fui caminando a casa, con la tranquilidad de haber tenido un día normal.
domingo, diciembre 30, 2007
Séptima y Octava parte
Los dos equipos pidieron un descanso de quince minutos y el Juez (que ahora hacía las veces del árbitro) se los concedió. En esa especie de entretiempo, algunos de los padres de los jugadores del Monserrat, llegaron con cajas que traían indumentaria completa. Botines, medias grises, pantalones grises y…y ahí me enojé. Toda la furia que tenía guardada en mi cuerpo, volvió como un huracán. Empecé a transpirar y mis ojos se pusieron rojos. Los padres de los pendejos de mierda, todos chochos, repartiendo camisetas azules con una banda roja: la camiseta de Arsenal de Sarandí. Encima, de una limusina, se bajó Jorge Burruchaga. Cuando los periodistas se acercaron con los micrófonos, éste se sacó los lentes oscuros y respondió: “me ofrecieron un contrato para dirigir estos diez goles que nos quedan. Tenemos un buen equipo así que creo que todo va a salir bien.” Yo corrí y lo increpé. Le dije que era un hijo de puta. Que él era mi ídolo en los mundiales de Méjico y de Italia, pero que era un pichón de Grondona. Burruchaga no me respondió y la seguridad personal del ahora técnico de los del Monse me sacó a patadas. Yo volví a mi lugar con más bronca aún. Me acerqué a los descamisados y les pregunté si tenían técnico. Me dijeron que no y me preguntaron quién carajo era yo. Les dije que yo me ofrecía a dirigirlos. Que conocía muy bien el juego de Burruchaga. Que confiaran en mí. Que esto era más que un partido de fútbol. Y otras tantas cosas más. Los pibes me miraron con desconfianza y uno de ellos agregó que habían venido muchos como yo, con los mismos versos de siempre. En medio de la charla apareció el pocho y les dijo que yo era confiable, que sabía muchísimo de fútbol y que les iba a comprar un choripan a cada uno si ganábamos el partido. Yo lo miré de reojo, desde mi metro ochenta, al petiso. El subió la mirada y me guiñó su ojo cómplice. Al final, después de debatir, los pibes aceptaron que los dirija tácticamente.
Les pregunté si tenían remeras, para no confundirse. Se miraron y se empezaron a cagar de risa. No se cómo, pero los partidos de izquierda se enteraron y empezaron a caer con camisetas de los partidos y agrupaciones. Los pibes ya estaban acostumbrados al chamuyo y no les dieron pelota. Liliana Olivero se acercó a hablar de la heroica lucha de los más necesitados y yo la mandé a la mierda y le tiré con un balde de uno de los chicos. Al final, decidieron usar los chalecos de los naranjitas, que se estaban haciendo la guita por tantos autos estacionados. Entre todos eligieron el nombre del equipo. Se barajaron muchos: “los guardianes de la mona”, “herederos del Luifa”, “cachi gol”, “la gloria”, etc. Pero todos tenían connotaciones con los equipos de Córdoba, entonces siempre había alguno disconforme. Yo sugerí el nombre de “Revolución Teresín”. Todos se dieron vuelta y me dijeron de que, a pesar de que era el técnico, eso no me autorizaba a hablar pelotudeces. “Además, ¿qué carajo significa revolución teresín?”, preguntó uno. Yo tampoco sabía, pero el nombre saltó a mi cabeza y lo dije sin pensarlo. Creo que lo traje desde lo más profundo de mi inconsciente. Al final, eligieron el nombre de: “Los limpia-vidrios”, ya que la mayoría laburaba de eso.
De reojo lo veía al técnico de los del Monse. Daba indicaciones moviendo las manos, señalando un pizarrón que no sé de dónde lo sacó. Yo agarré un palito y dibujé un cuadrado con dos arcos y dos áreas en la tierra para tratar de preparar alguna jugada. Preparé la alineación titular. Al arco, el de remera de Talleres. Y el resto, por toda la cancha. “Esto es fútbol total”, les dije. El Pies descalzos, el de remera roja, el de la cubana y el de alpargatas, eran la alineación inicial. En tanto que Burruchaga paró un arquero y el resto, todos defensores. Todos con la camiseta de Arsenal, con la propaganda que decía “Grondona, por otros 10 años más.”
Otros dos que se levantaron de su siesta diaria fueron el Gobernador de la Provincia, José Manuel de la Sota y el Intendente de la Ciudad, Luis Juez. El gallego llegó a la plaza de la intendencia en helicóptero, con la custodia de quince guardaespaldas y un asistente personal que le apoyaba la mano en el quincho para que no se volara. Luis Juez llegó, también, casi en el mismo instante. Se bajó de un taxi puteando, diciendo que eran todos unos culeados, que nadie le avisaba nunca nada, que por ser honesto siempre lo cagan. Los guardaespaldas de De la Sota corrieron a algunas personas y desplegaron unas reposeras para que el Gobernador pudiera ver el partido cómodo. Juez, en cambio, se sentó en el piso y le dio diez pesos a un pibe para que comprara un vino y una Pritty Limón. “Sangrión, papá”, gritó el Intendente.
A los pibes parecía no importarles nada de lo que estaba sucediendo afuera de la cancha. Seguían jugando y metiendo goles. A esta altura ya se podían distinguir dos hinchadas. Los de camisa blanca contaban con el apoyo de todo el Colegio Nacional del Monserrat. Estaban, también, algunos integrantes de la U.C.R., muchos promotores y promotoras de productos de última moda y la comunidad de tomadores de cervezas en los portales de los edificios de Nueva Córdoba (la C.T.C.P.E.N.C., en la jerga, conocidos como los “se te pencan”). Los descamisados eran alentados por el sindicato de limpiadores de vidrios, por algunos representantes oportunistas de los partidos de izquierda, por algunos estudiantes universitarios (muy pocos), por alumnos del Colegio Carbó, que nunca perdían la oportunidad de rivalizar con los del Monse, por los vendedores de La Luciérnaga, y por los familiares de los jugadores. De Villa Richardson había varios. De la Villa los cuarenta guasos, había veinte, aproximadamente, porque los otros estaban laburando. Yo no podía decidirme por ninguno de los dos equipos. Me caían bien los descamisados, pero los de camisa blanca practicaban un fútbol más colectivo, compacto, como me gusta a mí.
Las personalidades seguían llegando al lugar y los pibes seguían disputando el partido como si nada. De vez en cuando se quejaban porque la pelota se iba lejos y nadie la buscaba. Yo no podía creer todo esto. Parecía que hacía horas que estaba allí, pero el sol seguía igual de radiante que cuando me senté a descansar en aquel banco, que ya no distinguía por la cantidad de gente que había. El de alpargatas hizo una jugada sensacional que incluía algunas piruetas como saltos mortales y tumbas carneras. Fue un golazo y los descamisados se abrazaban porque decían que, con ese gol, iban ganando 112 a 111. Los del Monse se quejaron y alegaron de que iban empatados. Se armó un barullo tremendo. La cosa se estaba poniendo áspera porque ninguno de los dos equipos aflojaba. De repente apareció otro Juez, con un choripan en la mano, limpiándose el enchastre de mayonesa de con una hoja de la Constitución. Éste determinó de que el partido estaba empatado (que extraña decisión, pensé) y que se jugaría hasta que uno de los dos equipos marcara diez goles más. El fallo fue protestado, pero los descamisados tampoco estaban muy seguros de cuánto iban.
domingo, diciembre 23, 2007
Quinta y Sexta parte
Los carritos de choripanes estaban todos en fila sobre la calle Duarte Quiroz. El humo era persistente y tentador. No recordaba la última vez que había comido. Se que había almorzado, pero no tenía ni idea la hora que era. Me fijé si tenía plata y encontré un billete de cinco pesos. Le pregunté a Pocho si tenía hambre y el me contestó que siempre tenía hambre. Le ofrecí un choripan a cambio de que los fuera a comprar mientras yo cuidaba los lugares. Se levantó corriendo y le di dos pesos más para comprar una etiqueta de puchos de los más baratos.
Los dos equipos se juntaron en el medio de la cancha y pidieron a todos que nos corriéramos dos metros más porque así no se podía jugar. No se cuánta gente había, pero éramos muchos. La policía no tardó en llegar. Cuatro móviles de la CAP estacionaron en el medio de la calle. Se bajaron 16 policías con escopetas, escudos y palos. El más gordo de todos preguntó quién estaba a cargo de la manifestación, cuáles eran las peticiones y qué calle íbamos a cortar para desviar el tránsito. Nadie hablaba. Volvió a preguntar, esta vez a los gritos. Entre todos le intentamos explicar que los pibes estaban jugando un inocente partido de fútbol y que espontáneamente nos habíamos acercado a ver. El cana no entendía nada y se estaba poniendo nervioso. No le gustaba para nada que hubiera tanta gente reunida en un mismo lugar. Nos ordenó a todos que circuláramos. Entonces nos levantamos y empezamos a dar vueltas (todos, jugadores incluidos) alrededor de la cancha. Habló por teléfono a su superior (sería un comisario o algo así) y le preguntó si podía decretar un estado de sitio ante la caótica e inmanejable situación que se estaba llevando a cabo en el mismísimo centro de la ciudad. Se ve que el comisario dijo que no, porque el gordo se alteró y le recordó que si había otro cordobazo él iba a ser el responsable. Al final, dejó que el partido continuara, pero llamó a otra docena de móviles de la CAP, con sus cuatro integrantes clásicos en cada uno, para hacer un cordón perimetral por toda la extensión de la plaza. “Para prevenir nomás, no se preocupen, ustedes sigan jugando”, dijo el gordo. Todos los espectadores nos volvimos a ubicar en nuestros lugares.
Con el movimiento de policías y con la gran cantidad de gente que se seguía acercando a la plaza, ahora sitiada, los medios de prensa no tardaron en llegar. Canal doce y canal ocho llegaron con sus camionetas e instalaron varias cámaras en la plaza. Canal diez también llegó al lugar, pero se dieron cuenta que no tenían ni baterías ni casetes. La Voz del Interior arribó con su tropa de especializados periodistas deportivos y con su comando de censura de la información. En tanto que Cadena Tres instaló un equipo de transmisión en vivo para todo el país para desinformar sobre los hechos que se estaban llevando a cabo en la Plaza de la Intendencia. Mario Pereyra instó a terminar con todo este bochinche tirando balas de gomas y gases lacrimógenos y que para frenar toda esta desobediencia había que cortarles la cabeza como a las víboras. Más tarde le informaron de que sus comentarios le habían hecho perder tres sponsors y entonces se corrigió diciendo que era una broma, que la juventud de la clase media tiene derecho a divertirse. Agregó también que para terminar con la inseguridad habría que poner mano dura. Así como lo hicieron Canal Doce, Canal Ocho, La Voz y Cadena Tres, muchos otros periodistas de otros medios de Córdoba, intentaron llegar al lugar, pero se encontraron con un cerco de “seguridad” que les impidió el paso. Les exigían acreditaciones de prensa. Permisos especiales y un billetito en el bolsillo del señor policía.
Quinta
Uhhhh, se escuchó. Fue un grito unánime, de ambas hinchadas. Uno de los mejor vestidos mandó la pelota al diablo y le pegó a una vieja que pasaba caminando por ahí. Fui corriendo a ayudarla. La vieja los puteaba a todos, pero se las agarró con los que no tenían remera. Yo le traté de explicar que no había sido adrede. Que son chicos. Que se están divirtiendo. Y la vieja dale que dale. Que pendejos de mierda, que por qué no van a laburar, que voy a llamar a la policía. Yo la miré y la invité a irse a la puta madre que la parió. Superado el incidente, volví a mi lugar.
Me costó ubicarme porque cada vez había más gente. No se cómo se habían enterado, ni por qué seguían viniendo. La cuestión es que la plaza se seguía poblando de personas. Adentro de la cancha era un espectáculo. El pies descalzos seguía haciendo lujos. Trasladó la pelota con el hombro por cinco minutos mientras las patadas volaban para sacársela. Uno de los del Monse le tiró tres caños en una misma jugada al otro que estaba en cuero y que tenía un tatuaje muy bien hecho de La Mona.
El partido se puso vibrante. Las emociones en cada arco no daban respiro. Una llegada era devuelta con otra. Un gol en un arco se sufría en el otro. Si alguien hacía una hermosa chilena, otro respondía con una chilena aún mejor. Casi ninguno de los jugadores daba pases normales. En un momento los descamisados se pusieron a hacer rabonas. No se por cuánto tiempo, pero yo me debo haber fumado tres puchos. Los mejor vestidos no se intimidaron y empezaron a jugar por los aires. Cabecita va, cabecita viene. Uno, dos, tres, quince toques de cabeza entre todos los jugadores para terminar marcando un hermoso gol…de cabeza. Lamenté que no estuviera Juan. Hubiera sido la mejor oportunidad para demostrarle que el fútbol todavía me apasionaba, pero que ir a la cancha ya no era lo mismo.
No sabía el tiempo que llevaban jugando. Tampoco sabía el marcador. Me di vuelta y lo vi al pibe durmiendo; recostado panchamente. Decidí no despertarlo. Pero se levantó asustado cuando todos gritaron un nuevo gol de los descamisados. Aproveché para preguntarle cuanto iban pero me dijo que se había perdido, que la última vez iban ganando los del Monse treinta y cinco a treinta y dos. Me pidió otro cigarrillo. Se lo di, vi que me quedaban pocos y lamenté no haber tenido otra etiqueta en el bolsillo.
El juego siguió. Algunos ya mostraban signos de cansancio y empezaron los cambios. Para el equipo de los descamisados entró un flaco de musculosa y alpargatas y otro con un gorro de Belgrano. En el Monse entraron tres con camisa blanca y salieron tres con camisa menos blanca. Con piernas menos cansadas, el partido recobró vitalidad. A veces nos teníamos que correr todos porque se jugaba fuera de los límites de la cancha. Los pibes corrían y corrían detrás de la pelota. Las peleaban todas. En los bancos de la plaza. Arriba de los árboles. En la calle. En las sendas peatonales. Por ahí la robaba uno y se volvía corriendo con la pelota de vuelta a la cancha a tratar de marcar un gol ya que los arcos estaban vacíos. Se seguían matando a goles pero, a esta altura, ya nadie sabía cuanto iban.
sábado, diciembre 15, 2007
Tercera y cuarta parte
El rubio de camisa blanca se la tocó al otro rubio de camisa blanca y empezó el juego. Muchos toques abajo. Precisión con la pelota y cabezas levantadas eran la característica de los de camisa blanca. Los descamisados presionaban pero no le podían sacar la pelota. No se cuántos minutos pasaron, pero el primer gol lo convirtió uno de zapatillas Nike. Agarró la pelota en la mitad de la cancha. Se la tocó a uno que tenía la corbata atada como bincha. Este se la devolvió de taco y el otro remató con mucha violencia superando la estirada del de remera de Talleres, que estaba al arco. El gol fue muy festejado por un grupito de chicas con camisa blanca y corbata del Monserrat, que estaban detrás del otro arco. Yo las miré con un cierto resentimiento. El pibito agachó la cabeza, la movió para los costados y murmuró un insulto. La reacción no se hizo esperar. Los descamisados armaron una jugada tremenda. Uno de remera roja, que jugaba descalzo, pasó a dos jugadores rivales y se largó a correr para el arco rival. De repente se frenó y observó que los había dejado tirados en el piso. Pisó la pelota, pegó marcha atrás y se puso a bailar en la cancha. Los de camisa blanca no se la podían sacar. La tiene atada, pensé, pero ni siquiera tenía zapatillas. Cambié de frase y me dije que la tenía pegada. Me reí solo y el pibe me miró con cara rara. Mientras, el de remera roja, seguía con la pelota. Ayudó a levantar a los que había dejado tirados en el piso y aguantó el balón en la cabeza. Después la volvió a poner en juego y los volvió a pasar. No se cuánto tiempo tuvo la pelota en los pies, pero el semáforo de la calle Duarte Quiróz cambió tres veces. Al final, después de pasar a todos dos veces, incluido a uno de su propio equipo, el pies descalzos se paró al frente del arquero, lo miró fijo, cerró los ojos y pateó con mucha violencia enviando el balón lejos, muy lejos del arco. La pelota pegó en una baranda de La Cañada, se salvó de milagro de que la pisaran y quedó en un lugar alejado de la plaza. El pibe hizo los mismos gestos. Cabeza gacha, indignación y me dijo que el negro siempre hacía lo mismo. Los pasaba a todos, pero como jugaba descalzo, nunca aprendió a patear al arco. Metía más goles de cabeza que con los pies, sentenció el pibe. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que en la villa nadie tiene nombre, o por lo menos nadie los usa. Su apodo era pocho. Abrí la segunda etiqueta de puchos y le ofrecía a pocho otro más. “No, gracias, estoy dejando”, me respondió. Yo me puse el cigarro en la boca, sonreí de costado y seguí viendo el partido. Levanté la cabeza y vi a los de blanco abrazándose. Uh, otro más, pensé. Pero pocho me dijo que iban tres a tres. “¿Cuándo metieron tantos goles?”, le pregunté. “Recién, ¿no los viste?”, me dijo. Levanté los hombros y seguí fumando.
El sol seguía igual de fuerte, pero teníamos sombra como para dos días más. Le dije a Pocho que me cuidara el lugar, aunque no hubiera nadie para ocuparlo. Me levanté y me fui a mear porque parecía que hacía años que estaba sentado ahí. Me metí en los baños públicos de la plaza. Traté de respirar por la boca porque el olor era insoportable. En una de las paredes del baño estaba escrito con birome: “Aguante los limpia vidrios. Monse no existís.” Había una fecha, pero estaba tapada con otra inscripción hecha con aerosol que decía “Aguante la mona.” Se ve que tenía muchas ganas de mear porque tuve tiempo de leer casi todo lo que estaba escrito en las paredes. Las clásicas “el futuro está en tus manos” o “no se droguen, somos muchos y hay poca.” Y otras más ingeniosas: “si no tenés pito para qué entrás acá???” , y una que me causó gracía: “acá debuté ió.” Me subí la bragueta y salí del baño pensando en lo feo que debe haber sido debutar en ese juntadero de bosta y de meada.
Volví para la cancha acomodándome el pantalón. Me sorprendió ver tanta gente. Pocho me miró y me dijo: “eh, al fin, casi te ocupan el lugar”. “¿Tanto tiempo estuve en el baño?”, le pregunté. “Vamos ganando siete a seis”, me dijo. Yo no entendía bien qué carajo estaba pasando. Había como treinta personas disfrutando de la sombra que antes era sólo nuestra. Miré para mi izquierda y vi que se estaban instalando dos carritos de venta de choripanes. Un negro con delantal blanco estaba agachado haciendo viento con un pedazo de cartón para que agarren fuego un par de carbones. Miré para la derecha y observé que los descamisados ya tenían una hinchada importante. Eran unos veinte, pero gritaban y alentaban a lo loco. Alcancé a ver a cuatro vendedores de la luciérnaga, dos vendedores ambulantes y varios pibes limpia vidrios. Pocho me dijo que el de remera azul era su hermano. La hinchada del otro equipo también tenía lo suyo. Unas treinta personas se acomodaron detrás del otro arco. Tomaban mate, Coca Cola, gaseosa Ser. Un grupito de pibes alentaba. Algunas de las chicas seguían como embobadas el desempeño de sus chicos. Mientras que otros afinaban y sincronizaban los ring tones de sus celulares para demostrar su aliento incondicional para con su equipo. Cada uno con lo suyo.
No se si fueron minutos o segundos, pero sentía que había dormido. El sol se filtró por las hojas del árbol y me daba en el cachete izquierdo de la cara. Abrí los ojos y tuve que frotarme un largo rato para volver a distinguir los colores de la realidad. A simple vista todo parecía igual. Pero yo lo sentía diferente. ¿Me dormí?, pensaba. Miré el reloj y era una sola mancha de humedad. Habrá sido el calor o la transpiración, pero sin dudas no funcionaba más. No tenía idea alguna del tiempo que llevaba allí sentado. Para mí había sido un abrir y cerrar de ojos. Los árboles eran los mismos. La gente caminaba en la plaza, apurada, como siempre. Algunos valientes tomaban sol. Me di vuelta y el tráfico seguía igual; deshumanizado, veloz, fugaz, enojado, avasallador. Me sentía raro.
Puse mi mano sobre mi frente para hacerme visera y ver un poco más lejos. En la canchita de la plaza, unos pibes se disponían a iniciar un partido. Con este sol, estos están locos, pensé. Cuando me senté no recordaba haber visto a nadie con una pelota, y ahora parecía que ya había dos equipos.
El sol había cambiado de posición y la sombra de ese viejo árbol ya no me servía. Aproveché para cambiar de lugar y de paso me ubicaba cerquita de la cancha. El edificio que está en el medio de la plaza cubría un enrome espacio con una mancha de sombra. Me senté en el pasto esperando el comienzo del partido. Me di vuelta para ver el reloj del Palacio Seis de Julio de la Municipalidad. Pero se ve que estaba roto porque seguía marcando que faltaban 112 días para el año 2000. No sabía la hora y quería llegar temprano a casa para evitarme un reto de mi mujer. Los pibes empezaron a los gritos discutiendo quién sacaba.
Sentado en el palco preferencial, seguí escuchando las discusiones. Claramente había dos equipos. Unos tenían camisas blancas con corbata del Colegio Monserrat. Los otros, no tenían indumentaria. Algunos estaban en cuero. Otro tenía una remera roja. Un petiso usaba una remera de Talleres, con una propaganda en el pecho que decía Martí Intendente. Me causó gracia pensar en la presentación del encuentro: “Los de Camisa vs Los Descamisados.” Y era más o menos así.
Un petiso, que parecía pertenecer al grupo de los sin camisa, se me sentó al lado y me pidió un cigarrillo. No debía tener más de trece años. Se lo di y le ofrecí fuego. Me dijo que no y sacó una cajita de fósforos. Le pregunté por el partido y me contestó que los “chetos estos les habían hecho partido para definir una pica que viene de mucho tiempo atrás”. Me contó, además, que jugaban siempre, todas las semanas. No se si era por el sol, pero no me acordaba qué día era. Sabía que había ido a laburar, así que ni sábado ni domingo podían ser. Le pregunté al pibe y me dijo que no tenía idea, pero que estaba seguro de que estábamos en primavera.
Apagué mi último pucho en el césped y me recosté apoyando las dos palmas de mis manos en el pasto para sostenerme. El pibe me miró, tiró su cigarrillo que estaba a la mitad, e hizo lo mismo. Observé que la pelota estaba en el medio de la cancha y que los dos equipos estaban cada uno en sus respectivos arcos. Quizás preparando alguna estrategia. Quizás arengándose. Quizás planeando alguna patada. No lo sé. Se escucharon algunos gritos y todos se pusieron en sus posiciones. El saque le correspondió a los del Monserrat ya que aludieron que la pelota era de ellos y sino sacaban se la iban a llevar. El pibe de al lado mío me codeó y me dijo “siempre hacen lo mismo estos chetos.”
viernes, diciembre 07, 2007
¡Seguuuunda! (qué quilombo leer al verre)
Esa tarde había salido temprano del trabajo. Mi jefe me dio una licencia por dos semanas y me mandó sin falta al odontólogo. Hacía ya tres años que trabaja en Arcor como catador de caramelos. Eso era toda una contradicción para mí. Una más que se sumaba a mis locuras cotidianas y a otras que arrastraba desde hacía mucho tiempo. Yo, el comprometido, el militante, el coherente, el que había laburado en la G.L.A.L (Golosinas libres para América Latina) durante tantos años en la facultad.
Mi vida había tenido momentos buenos y momentos muy malos. Cuando la paranoia atacaba a mi cabeza, el fútbol funcionaba como oasis. Yo iba a mi escalón de la tribuna, me prendía un pucho y me quedaba viendo la reserva. Al lado mío tenía una mujer hermosa, de fierro, una compañera inigualable. Pero había cosas que ella no podía entender y no era justo que la volviera loca con idioteces que no tenían nada que ver con nuestra relación.
En los momentos en que todo iba mal, el fútbol era mi río fresco en un día de calor. Ya sea jugando, mirando, yendo a la cancha, o leyendo. En fin, en todas sus vertientes. Cuando pasó lo de Arsenal, hace ya dos años y monedas, perdí mi oasis, ese abrazo necesario, esa mano que me frotaba la espalda, esa complicidad hermosa.
Hacía calor. En Córdoba el calor tiene su particularidad: es insoportable. Imagino que será así en todo el país. Los cincuenta grados en el norte, la humedad de Santa Fe, el asfalto de Buenos Aires. Me puse a caminar por el centro, buscando algún lugar donde sentarme tranquilo a fumar un cigarrillo, tomar algo fresco y pensar, seguramente, en todo lo que había hecho y desecho en ese día. Necesitaba un poquito de sombra. Las axilas desprendían un olor intenso y la transpiración era ya imposible de disimular.
En este año último había ido unas veces a la cancha, pero ya no era lo mismo. De aquel oasis de seguridad que me brindaba el fútbol, solo me quedaba una parte pequeñita. Ya casi no iba al Gigante de Alberdi a ver a Belgrano. Me mantenía informado de los resultados. Festejaba las victorias, pero siempre había excusas para mis amigos que aún continuaban yendo. Esa partecita que quedaba eran los chicos, los pibes, los nenes. A veces me pasaba horas mirando a los petisos jugar a la pelota con una inocencia total. Me volvía del trabajo, caminando. Alargaba un poco y pasaba al frente de un potrero donde siempre había alguien pateando. Me sentaba y los miraba. Me pasaba horas ahí. Los pibitos me ignoraban y seguían corriendo y gritando y jugando como siempre. Jugando. Ese verbo hermoso. Esa palabra que ya de grandes no usamos más. Porque crecer significa dejar de jugar, dejar de divertirse, dejar de joder. A esos nenes, nada de eso les importaba y movían la pelota con una sonrisa en la cara. A veces se agarraban a las piñas, pero a los cinco minutos ya eran todos amigos. Mirar esos partidos me hacía acordar a los partidos que jugábamos en mi barrio, en mi cuadra, en nuestro potrero. Con mi hermanos, con mis primos, con mis vecinos. Las zapatillas rotas y la felicidad plena.
Ubiqué el banco con más sombra en la Plaza de la Intendencia. Me desprendí la camisa y quedé en cuero. Me saqué los zapatos, las medias y me arremangué los pantalones. Ahora sí parecía un ciruja. Prendí un pucho y tomé un sorbo de coca cola. El sol picaba fuerte, pero la sombra y el viento pegando en mi transpiración me otorgaban una especie de satisfacción. Cerré los ojos un rato y empecé a imaginar, a recordar.
(continuará...)
miércoles, diciembre 05, 2007
Se viene la primera
Desde aquel triste día de junio, dejé de creer en el fútbol. Empecé a ir al psicólogo. Éste me recomendó que, en primera medida, dejara la marihuana y en segunda medida, que dejara paulatinamente el alcohol. Así fue que arranqué con un programa de rehabilitación que incluía comida sana, jugo de naranja, nada de drogas y alcohol, de paso me hicieron dejar el cigarrillo y, por sobre todas las cosas, no ir más a la cancha. Funcioné bastante bien el primer año. Me mantuve limpio. En la clínica me autorizaron a volver, lentamente, a los asados con papas fritas, al vino tinto y a la cerveza, con moderación. Me recomendaron no volver a los porros y me prohibieron terminantemente volver a las canchas.
Fue el mes pasado que Juan me dijo esas palabras. Yo, igual, no había seguido las recomendaciones de los doctores; y no sólo me había fumado unos porritos, sino que también había ido a ver una docena de veces a Belgrano. Era una emoción inmensa, inexplicable, la de volver a la cancha; cantar; aplaudir al equipo; tirar papelitos… todo el folclore. Lo triste era que todas esas imágenes de aquel junio, volvían a mi cabeza como una pesadilla sin resolver. Y los veo a esos hijos de puta de los japoneses entregándole la copa al capitán de Arsenal. Y vienen con la llave de la camioneta Toyota, y no saben a quién dársela, porque la llave es para el goleador, y ese equipo no mete goles, porque no juega al fútbol, porque no arma jugadas, porque los pocos goles que hace son de pelota parada. Y los japonesitos se la dan al técnico, a Burruchaga, que tiene firmado un contrato de por vida. Y ya no queda casi nadie en la cancha. Porque los nipones son unos boludos felices, pero se dan cuenta cuando un partido es malo. Y el festejo de Arsenal de Sarandí que no me lo puedo sacar. Y por qué carajo tuvo que pasar eso. Y por qué mierda salió campeón Intercontinental ese equipo del orto. Y por qué no te vas a la puta que te parió, vos Juan, que me cuestionás y de paso vos, Grondona, mafioso y matón de aquellos y de paso, Burruchaga, Esmerado, el pulpo González, Limia y todos esos que ahora levantan la copa y que… ¡¡¡GOOOOOOOOOL!!! ¡Vamos Belgrano! Golazo. Un gol hermoso. Y esos eran los únicos momentos, cuando gritaba un gol, en los que me olvidaba de Arsenal. Del Torneo Apertura que ganaron con 16 goles a favor y 5 en contra. De la Libertadores, en la que pasaron todas las fases por penales. Y me olvidaba también, aunque fuera por solo unos minutos, del festejo en Tokio.
Sí, lo sabía, a pesar de los años que pasé visitando psicólogos, la cuestión seguía irresuelta. Psicoanálisis, Lacanismo, Gestalt, y todo tipo de terapias, para “curar” este mal. A veces sentía que mejoraba. Pero había días en que la imagen volvía como mazazo a la inocencia de una pelota que rueda, con pique falso, por un potrero de tierra quebrada y seca.
martes, noviembre 27, 2007
PROPUESTA LITERARIA
Les propongo una cosa, a ver qué les parece. Paso a explicar: toda esta cuestión de la internet, el blog, el google, y la madre que las parió, está muy bueno, todo muy bonito, pero la realidad es que casi nadie lee las cosas porque la pantalla es una cagada y no se acerca ni a palos al placer de la lectura en papel y no todo el mundo tiene acceso a internet, y tantas contras más. A pesar de todo quiero ver si se le puede dar algún tipo de dinamismo a la cuestión.
Hace mucho escribí un cuento que está dividido en once partes (capítulos, pedazos, como quieran llamarle) y un par de gentes lo ha leído y les ha gustado. Es largo, por eso no lo he posteado nunca. Entonces he aquí la cosa: si ustedes quieren, si por lo menos 3 personas así lo desean, dejando en un comentario su aceptación, yo postearé un capítulo por semana y podemos hacer de este espacio virtual algo un poco más copado. Espero haber sido claro. Pero por las dudas repito: si 3 o más dejan un comentario, empiezo a postear el cuento, sino no, y sigo con alguna otra cosa. Esto no es sólo para cambiarle la cara a esta forma del blog en el que uno postea y no tiene ni una devolución y nunca hay diálogo. En fin, me fui por las ramas. Esperaré, como siempre, algo.
Abrazos a todos:
seba
martes, noviembre 06, 2007
.....bla.......
No tengo rumbo fijo. Hoy, como tantas veces, mis pies se mueven a tientas de un estado de ánimo rutinario. Doblo en una esquina conocida a la que he olvidado su nombre.
Paso por una plaza que una vez fue un cuento de alegría. La miro y vuelvo a escribir esas palabras en mi cabeza. El día es hostil...el viento...la llovizna tenue...el sol ya no está...la gente tampoco. Me detengo unos segundos y veo a los personajes de mi historia tirando caños y gambetas. La plaza desierta.
Sigo. Camino sabiendo que quisiera correr. Me siento una montaña de pólvora...una guerra que nunca estalla...un barrilete sin hilo...un cordón desatado...una mirada fría...un llanto sin lágrima...una película sin final...una copa sin brindis.
Camino. Pienso para no pensar. A veces quisiera fumar. Me agarran esos deseos de sostener un cigarrillo entre mis dedos y delegarle a la nicotina, al tabaco, toda mi atención. Dar una pitada para pasar los eternos minutos que se me van entre tanta nada.